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Ni Zapatero ni Rajoy o el liderazgo que España necesita

@S. McCoy - 22/01/2009

He de reconocer que no he sucumbido bajo el encanto deBarack Obama. Al menos no todavía. Las palabras en política, como bien es sabido, se las lleva el viento. Y ningún gestor pasa a la posteridad por el ardor de sus discursos sino por el valor social de sus acciones. La concordancia entre el dicho y el hecho se ha convertido en algo excepcional en ese manejo delegado de la cosa pública que es la democracia, pudiendo proceder las divergencias entre uno y otro de la incapacidad propia o derivada para cumplir lo prometido. En España tenemos un ejemplo palmario del primer supuesto en la figura del hombre de la ceja, incapaz de tener una visión realista de la propia situación nacional y de tomar en tiempo y forma las medidas adecuadas para contener las amenazas y reconducir las situaciones. O, al menos, de intentarlo de una forma medianamente coherente y no pegando tiros a diestro y siniestro a través de medidas deslavazadas e inconexas. Obama, por su parte, puede convertirse en un paradigma del segundo caso: imposibilidad de hacer presente en la sociedad el cambio anhelado por la ausencia de los resortes necesarios para llevarlo a cabo. Sin apenas margen en política monetaria y cambiaria, salvo ruptura dramática con sus socios comerciales y/o financiadores, todo queda en manos de un estímulo fiscal a acumular a lo ya publicitado, que es mucho en términos de peso sobre el Producto Interior Bruto de aquél país, con las implicaciones a medio plazo que eso supone. El hombre propone y el presupuesto y la realidad económica disponen. Es así.

Sin embargo, hay que reconocer al nuevo inquilino de la Casa Blanca, por caer de forma deplorable en el argot periodístico, un intangible de importancia fundamental en nuestros días: el liderazgo, entendido como la capacidad de aglutinar esfuerzos hacia una meta establecida de antemano. Obama se ha echado el país a sus espaldas, ha activado los elementos motivadores necesarios para poner a la sociedad estadounidense en funcionamiento y se ha encargado de recordar que sólo llega a su destino quien emprende el camino, no importan las dificultades. La marca electoral Podemos alude a un esfuerzo colectivo que únicamente se puede lograr mediante contribuciones individuales. Absolutamente genial. Veremos a ver cómo se dota de contenido final su proposición de partida. No lo sabe ni él. Pero al menos ha activado los resortes necesarios para poner un poquito de esperanza entre el batiburrillo diario de experiencias negativas que los fundamentos de la economía estadounidense produce. Orgulloso de su nación, de la Historia norteamericana, de los principios que rigen su patria y de los símbolos que la representan, ha sabido dotar al continente conocido de un contenido novedoso que ha generado entusiasmo inlcuso más allá de las fronteras de su país.

Igualito que en España. La pretensión de Zapatero de arrogarse un liderazgo similar al de Obama es de un patetismo que roza el esperpento. Si alguna vez pudo haber mimbres para ese cesto, cosa que dudo, ya no es el caso. No hay color, nunca mejor dicho. No sólo carece del elemento novedoso que es parte intrínseca del éxito del líder demócrata, sino que han sido sus propias actuaciones en los últimos casi cinco años de gobierno los que le han descabalgado de tal pretensión. Se lo ha ganado él solito, negando primero la crisis, minimizando su impacto después y yendo a remolque de los acontecimientos en los últimos meses. Ni diagnóstico, ni tratamiento, ni implantación. Eso por no entrar en otros elementos de carácter histórico, geográfico o social que hacen que sea contemplado por una parte relevante de la población más como un mal necesario que como un dirigente aglutinador. De hecho, lo normal en unas circunstancias como las actuales es que hubiera otro que se adjudicara su papel. Alguien capaz de presentar una alternativa susceptible de vencer de forma activa, y no por el mero curso de los acontecimientos, la tradicional inercia y pereza al cambio del votante con un poquito de sentido de estado, solidez argumental, buen equipo y mirada de futuro. Sorprende, más allá del eco mediático que la acompaña, la capacidad de Rosa Díez de asumir parcialmente ese papel sin entrar frontalmente en las cuestiones que afectan al bolsillo de los españoles, la principal preocupación de la ciudadanía en este momento. Una prueba más de la existencia de ese vacío de referencias que es una oportunidad única para el político que sea capaz de aprovecharse de ello… en beneficio de todos.

Mucho pedir, parece. Y es que, cuando a servidor le preguntan, el mensaje es invariable. El problema de España no es lo malo conocido, que también, sino la falta de algo bueno por conocer. Simplemente no hay alternativa. De la agresividad de la primera legislatura, Rajoy ha pasado a la tibieza que ha caracterizado su actuación en los últimos diez meses hasta el punto de que muchos de sus votantes se preguntan, ¿dónde está el PP? El control interno del partido es subsidiario a la labor de defensa de los principios e intereses de los votantes. Así ha de ser siempre. Pero más en un momento como el actual donde hay que mostrar toda la categoría política de la que uno es capaz, por el bien del país. Lo contrario es una perversión de la actividad pública que inhabilita a quien la ejerce, pese a que nos hayamos acostumbrado a ella. Y más cuando la nave, a pesar de sus esfuerzos, hace igualmente aguas en varios frentes. Doble error. Es de todos sabido que en un sistema de baronías como el que caracteriza a la oposición en la actualidad, el liderazgo no puede venir nunca de dentro afuera, sino de fuera adentro. El reconocimiento del personaje en el ámbito electoral es el que justifica su posición de primus inter cuasi pares dentro de la estructura organizativa. Desgraciadamente para nuestra nación, por su condición de alternativa, Rajoy ya no es percibido como un líder de puertas afuera. Lo normal es que deje igualmente de ser reconocido como tal dentro de las paredes de Génova. Al tiempo.

¿Necesita España un Obama? La respuesta para servidor es un indudable sí. La política española pide a gritos un soplo de aire fresco que ni Zapatero ni Rajoy pueden ya aportar. Están ambos amortizados, uno por exceso, otro por defecto. Un nuevo liderazgo. Alguien que, conocedor de la realidad nacional y consciente de las dificultades plurianuales que de la misma se derivan como sigamos por este mismo rumbo, sea capaz de involucrar al conjunto de la ciudadanía en una Nueva Transición que permita corregir, con una visión crítica y constructiva, los errores que se han cometido hasta ahora, sentando así las bases que han de configurar nuestro futuro en los próximos no años sino décadas. Es una tarea que parece imposible a día de hoy pero es cuestión de creérselo. Nosotros también podemos. Tenemos la Historia, tenemos la materia prima, tenemos el orgullo. No somos menos que nadie. Aún estamos a tiempo. Lo importante no es caer sino saber levantarse; la inteligencia no es no errar, sino aprender de las equivocaciones. Necesitamos esa mano que nos dé el empujón inicial, que nos devuelva la ilusión. Que nos diga, mira al que está a tu lado, él comparte tu camino, desde su región, su condición social, su formación académica y, por ende, comparte tu destino. Somos diferentes pero somos uno en busca de lo mejor para todos. Estos son palabras que, como las de Obama, mueren tan pronto se escriben. Pero que ojalá alguien haga un día realidad. Por el bien de todos.

Ya es jueves.

Alimento para el alma. La dulce envenenadora de Arto Paasilinna. Aquellos que han disfrutado de las disparatadas historias protagonizadas por los estrafalarios protagonistas de las novelas de Tom Sharpe, no deben dejar de leer este libro que participa de muchos de los elementos que caracterizan las tramas del autor inglés, incluida la crítica social más o menos evidente. Eso sí, a la finlandesa.

Alimento para el cuerpo. Merece la pena acudir estos días aLa Manzana, restaurante ubicado en el Hotel Hesperia de Madrid, para dejarse caer por su degustación de quesos que es, sencillamente, espectacular. Aunque sólo sea para verla. Más de 300 variedades sobre una misma tabla. Servidor cata seis distintos como parte de un menú de caza y vinos prescindible en su mayoría salvo una crema de batata con castañas irreprochable. Imagino que también los sirven de forma separada. Déjense aconsejar y disfruten. En nuestro caso, salvo un Gouda Viejo que no me convenció, los demás llegaban con creces al sobresaliente. No me pidan los nombres. Sorpréndanse.