Cuando todos pierden, siempre hay alguien que se forra
@S. McCoy - 15/01/2009
Bastaba con darse una vuelta ayer por la tarde por las distintas webs financieras internacionales, a la desgraciadamente tardía hora en que servidor de ustedes empezaba a redactar este artículo, para darse cuenta de que el miércoles y catorce había sido un auténtico día Murphy, de esos en los si algo puede ir mal, va peor. Informes que retrasaban la recuperación inmobiliaria en Estados Unidos a 2010, consumo deprimido en aquél país, incluso en la campaña de navidad –algo que por otra parte se podía inferir de las malas cifras preanunciadas recientemente por Wal Mart-, producción industrial en Europa contrayéndose a ritmos del 10% interanuales por lo que a bienes de consumo duradero se refiere, constatación efectiva de un colapso del comercio mundial que afectaría especialmente a los tigres asiáticos y que habrían llevado a las compañías navieras a regalar los fletes, bajada de rating a una Grecia puesta bajo revisión crediticia por S&P´s apenas unos días antes (España, patria querida), informe de Moody’s advirtiendo que una de cada seis compañías podía incumplir sus pagos de deuda en 2009, pille masivo de Deutsche Bank –a estas alturas de la película- que deja sus ratios de capital por los suelos y la triste certeza de que las cuasinacionalizaciones bancarias son de todo menos un seguro para sus accionistas que ven cómo la garantía estatal no impide desplomes colectivos como los de Citi o la banca británica. Ante ese panorama, el discurso optimista se quedaba sin argumentos y, pese a que los indicadores de riesgo habían mejorado en los últimos días, según se deriva de la última actualización de los factores que periódicamente monitoriza el sudafricano Prieur du Plessis, y a los que ya hemos hecho referencia en este Valor Añadido, volvió a imponerse la prudencia. Y de qué manera.
Sin embargo, no todo el mundo está perdiendo dinero en este entorno. Tal y como nos recordaba ayer Javier Blas en Financial Times, la atípica estructura actual de precios en el mercado del petróleo, conocida como contango, está propiciando lucrativas operaciones de arbitraje entre los traders que operan en el mismo con un nivel de riesgo muy limitado. Normalmente, en el caso de las materias primas, la pendiente de la curva de precios es negativa, toda vez que el aprovisionamiento presente prima por encima de las necesidades futuras. El spot es superior al forward en sus distintos plazos. El concepto que lo define es backwardation,pedazo de palabro. Sin embargo, con el contango ocurre justo lo contrario. Debido a factores de carácter real (exceso de inventarios presentes o expectativas de recortes) o financiero (liquidación de posiciones o coberturas), los precios hoy se sitúan por debajo de los que los futuros fijan para los distintos mañanas lo que permite, bajo determinadas circunstancias, hacer dinero a balón parado. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo. Un producto verdaderamente innovador, para aquellos valientes que se atrevan. Aunque sinceramente no sé si llegamos tarde. Ahora verán por qué.
Primero, ¿de qué se trata? De comprar crudo para entrega inmediata y revenderlo de forma automática, por ejemplo, a un año vista. Tomemos un precio de referencia de 40 dólares por barril (entre los 45 del Brent y los 37 del Texas). Dado que el diferencial actual entre spot y forward es superior a los 20 dólares, máximo histórico, la ganancia (cercana al 50%) parece asegurada. Sin embargo, señalábamos antes que la operación debe cumplir una serie de requisitos. No iba a ser todo tan fácil. En primer lugar hay que financiar la compra de petróleo que, generalmente, se paga a 30 días como tope. Esto implica tener la liquidez suficiente como para afrontar el pago, sea a través de recursos propios o ajenos. Supongamos un coste de financiación para una operación como esta del 6,25% o 2,5 dólares por barril. Luego hay que recibir el crudo que se compra y almacenarlo. En la actualidad la mayoría de los depósitos onshore se encuentran repletos de combustible, por lo que es complicado encontrar acomodo. Una alternativa es la contratación de grandes petroleros que permitan almacenar entre uno y dos millones de barriles offshore en refugios naturales como la Bahía de Algeciras. Es la fórmula que masivamente se está utilizando en la actualidad. El coste de almacenamiento sería de alrededor de 0,7 dólares mensuales por barril para un plazo de doce meses, 8,5 más a añadir a la cuenta anual. Por último habría que sumar costes adicionales, entre los que se incluye el seguro, que podrían alcanzar otro dólar por barril. Total a descontar: 12 dólares por unidad. Nos quedan 8 limpios de polvo y paja para una rentabilidad del 20%, que no está mal para los tiempos que corren, sobre la inversión inicial. Si la transacción se hace de forma apalancada, el retorno se dispara.
Una oportunidad probablemente única que irá desapareciendo en la medida en la que el mercado se normalice. Dada la escasez de ideas lo normal es que el dinero acuda en masa a aprovecharse de una situación como la descrita lo que provocará un encarecimiento de los costes de almacenamiento e incidirá negativamente en los más ilíquidos precios futuros. Sin embargo, queda probado que siempre, en cualquier momento, en cualquier mercado, hay una vía para ganar dinero a un riesgo razonable. Es cuestión de vivir con las antenas alerta. ¿Un imposible? Depende de la imaginación del que estructure la transacción. Con todo lo incierto que se ha colocado en los últimos años desde las mesas institucionales y de banca privada... Citigroup, tenía que ser él, ya lo ha visto claro. Pero bueno, el sábado más y, sin duda, mejor. Que ustedes lo pasen bien.
Ya es jueves:
Alimento para el alma. Este año propósito firme: lectura de 50 libros en 2009. No vamos mal. En apenas quince días de enero, tres. Me quedo con Seda, novela corta de Alessandro Baricco, un clásico que va por su edición 42 en España. Absolutamente deliciosa. Sobre el amor y sus fantasmas, adornada de guiños históricos.
Alimento para el cuerpo. Mismo camino: tres días, tres almuerzos, que dirían los cursis. En este caso, la cara el renovado Aldaba en Alberto Alcocer donde como unas croquetas mixtas de ternera y espinacas de quitar el hipo, unas lentejas desgrasadas buenas a secas y las clásicas albóndigas de la casa que responden plenamente a las expectativas. Acompañada de un Mirós de Ribera de 2005 espectacular, sale a 50 euros por barba que puede parecer caro para comida tradicional, pero que están justificados por la comida, el entorno y el excelentísmo, como hacía tiempo, servicio. La cruz, Ponteareas en Claudio Coello, que va de mal en peor. Por el mismo precio, sin vino, los camareros te echan los cubiertos y los platos sobre la mesa sin atender a las mínimas normas de educación. Manos cruzadas delante de mi cara toda la comida y voces de “vamos con esto” a cada cambio de tercio, como si eso fuera signo de profesionalidad. La empanada bien a secas; el salpicón lleno de cascaras del marisco que hacen que mi interlocutor y yo nos hablemos entre crujidos disimulados y el rodaballo que me zampo, pelín poco hecho, y por tanto, por su textura natural, excesivamente duro. No lo vale. A evitar.