¿Apuesta Estados Unidos por la Gran Depresión II?
@S. McCoy - 27/01/2009 06:00h
Coinciden los que algo saben de economía en general, y de las relaciones de intercambio entre naciones en particular, que uno de los factores determinantes para evitar que la actual crisis no devenga en un remedo de la Gran Depresión de 1929 será, precisamente, el no caer en la tentación proteccionista que entonces condenara a muchos países a una suerte de autarquía económica de la que sólo la obligada apertura de fronteras, que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial, les permitió salir. Lo saben todos menos Miguel Sebastián, compre español, barato, barato. Por eso ha llamado tanto la atención, en muchos analistas internacionales, las inoportunas declaraciones del nuevo Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Tim Geithner, acusando abiertamente a China de manipular su divisa y advirtiendo del uso de todos los cauces diplomáticos a su alcance para corregir tal situación. No es el resultado de un calentón informativo, sino que nace como una respuesta escrita a requerimientos del Comité de Finanzas del Senado (ver páginas 81 y 95 del documento adjunto), carácter premeditado que da más empaque al discurso si cabe, que ya es caber.
Quien mejor ha analizado las consecuencias de unas afirmaciones de tal calado ha sido Willem Buiter en su blog Maverecon de Financial Times. En efecto, en un post colgado el pasado sábado, el autor recuerda que la normativa estadounidense, ante una coyuntura como la descrita, une inseparablemente antecedentes de hecho con fundamentos de derecho y obliga al propio Secretario del Tesoro, bien bilateralmente o a través del Fondo Monetario Internacional, a negociar con el país en cuestión, en este caso China, para que, de la forma más rápida posible, ajuste su moneda a un tipo de cambio tal que le impida distorsionar su balanza de pagos o beneficiarse de una indeseada ventaja comercial. Se faculta incluso, a tal fin, al uso de medidas de presión de corte arancelario. Justamente lo contrario de lo que el mundo necesita o, mejor dicho, de lo que el propio Obama precisa a día de hoy, especialmente si uno tiene en cuenta que China sigue siendo, en términos absolutos, el principal financiador de lo que queda de la voracidad inversora (ahora pública) norteamericana.
Da, por tanto, la sensación de que la nueva política cambiaria de Estados Unidos va a girar sobre dos grandes elementos: por una parte, todo un clásico, la ardorosa defensa de la fortaleza del dólar, discurso oficial de los últimos años, cuya evolución irá indudablemente ligada a la percepción sobre la solvencia de la economía de aquel país (muy interesante la crítica anti-keynesiana que hace Buiter en su columna) y, por otra, la contención de la tentación devaluadora de las autoridades chinas que podría impedir la adecuada corrección del desequilibrio exterior estructural norteamericano. Una amenaza potencial más cercana de lo que parece, fundamentalmente por tres motivos.
Uno, el crecimiento trimestral anualizado de China se habría reducido en el último trimestre de 2008, según los analistas de Standard Chartered, hasta el 0%, frente al interanual oficial del 6,8%. Se requiere de mecanismos de reacción. Dos, existen serias dudas acerca del impacto del mega plan de infraestructuras llevado a cabo por el gobierno con objeto de canalizar ahorro a la inversión e incentivar la demanda interna; no hay que olvidar que China carece de las prestaciones sanitarias y de pensiones propias de una economía desarrollada lo que actúa como una rémora en las decisiones de compra de sus ciudadanos. Tres, sólo quedarían las exportaciones cuyo colapso, que se ha llevado tras de sí a naciones como Japón, Corea del Sur o Taiwan y ha provocado la destrucción de 10 millones de puestos de trabajo, amenaza con reventar el dique político social que contiene a la población de aquél país. China se encuentra realmente en la encrucijada.
En ambos casos se trata de estrategias de divisa arriesgadas, precisamente, por la ausencia de control sobre el resultado. Resulta cuando menos sorprendente, en cualquier caso, la beligerancia ex ante de un Obama que esperemos no sea un lobo con piel de cordero. Es verdad que nos podemos encontrar, más antes que después, con un repliegue ideológico chino que lleve aparejado una vuelta a los fundamentos de la autosuficiencia comunista, una cierta renuncia a los principios del libre mercado ya establecidos en el país, una necesidad de identificación de enemigos interiores y exteriores y, finalmente, una imposición de sus condiciones de comercio, por la vía de la suficiencia fiscal de la que disfruta. Sin embargo, de ahí a tratar de acelerar el proceso a través de declaraciones cuando menos inoportunas, media un abismo.
Por una vez, si me dan a elegir entre la condescendencia con los chinos dePaulson y la beligerancia aparente de Geithner, me quedo con el primero. Me cuesta sinceramente mucho encontrar alguna solución a lo que tenemos encima que no pase, de un modo u otro, por China. Y tratar de cortar esa única alternativa con argumentos que en el pasado fueron causa de mayores quebrantos económicos me parece no sólo un disparate sino una temeridad. De la primera Gran Depresión Estados Unidos emergió como el gran referente mundial. Esperemos que no persiga que pasemos por el mismo proceso para reforzar su debilitado liderazgo actual. ¿Imaginería política? Cosas peores se han visto…