@S. McCoy - 21/01/2009 06:00h
Quienes frecuenten a Andrew Garthwaite, estratega global de Credit Suisse, convendrán conmigo en que no tiene a España entre sus naciones favoritas para invertir. De forma extraordinariamente consistente en el tiempo, ha venido señalando los desequilibrios estructurales del modelo económico patrio y ha anticipado gran parte de las desgracias estadísticas que ahora pueblan nuestros cuadros macro. Su prédica ha sido, durante todo este tiempo, voz que clama en el desierto, preparad el camino a la depresión. Propios y ajenos le han considerado, con toda certeza, enemigo para el negocio interior, por una parte, y ariete de la envidia foránea al milagro español, por otra. Tanto unos como otros han preferido disfrutar del poco bollo que quedaba mientras que nuestra piel de toro, herida por el puyazo de la falta de productividad, las banderillas de la dependencia energética y financiera exterior y el estoque del paro, se iba directa a un hoyo que va a exigir que todos arrimemos mucho el hombro para sacarla del coma en que se encuentra.
En su último Informe de Coyuntura, Flexibility wins, Garthwaite va un paso más allá al afirmar que España es la nación menos capacitada para capear una coyuntura como la que actualmente está afectando a muchas de las principales economías del mundo. Y, ya se sabe, todo lo circunstancial que no se resuelve en tiempo y forma tiende a adoptar, con el paso del tiempo, signos de estructuralidad. La comparativa, que se extiende a 44 países, entre los que se encuentran la mayoría de las regiones desarrolladas o en vías de desarrollo, parte de una presunción inicial que servidor apuntaba ayer al final de su Valor Añadido, en una sorprendente coincidencia con lo publicado igualmente por Krugman en NYT. Dejémonos de milongas, viene a decir: en un entorno de caída de beneficios, que a su juicio se produce cuando el crecimiento económico se sitúa por debajo del 1,5-2%, la única forma de revitalizarlos, ceteris paribus, es mediante políticas adecuadas de recorte de costes. Pedazo de obviedad. Toda vez que él estima que nos encontramos en la mayor desaceleración mundial desde 1945, su conclusión es clara: hay que apostar por firmas radicadas en lugares donde exista la suficiente flexibilidad como para adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias de caída de las ventas y contracción de los márgenes, consecuencia de la falta de ahorro, el exceso de endeudamiento y la sobrecapacidad productiva acumulada estos últimos años.
El autor cita hasta cinco factores que son los que, en su opinión, determinan la mayor o menor capacidad de ajuste de una economía, y por ende de las compañías que integran su tejido societario:desregulación del mercado laboral que permite reducir empleo de forma ágil y barata (donde España sale extraordinariamente penalizada); proporción de costes fijos en la estructura de la cuenta de resultados de las compañías y apalancamiento operativo; participación del sector público en la economía y eficiencia en la asignación de recursos con especial atención al empleo en la administración; flexibilidad de tipo de cambio y, por último, proactividad y alcance de la política monetaria. Las fuentes son de lo más variado y van desde análisis internos de la casa a datos suministrados por la OCDE, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional que, en el caso de Europa, son tomados para el conjunto de la región por lo que a los dos últimos factores se refiere, afectando negativamente a todos ellos. Pues bien, en una ponderación por elementos de 30%, 15%, 15%, 20% y 20%, respectivamente, tachán, tachán, mientras que Estados Unidos se lleva la medalla de oro a la flexibilidad empresarial, España ocupa el farolillo rojo, por detrás de Estados cuando menos dudosos. Las servidumbres políticas, la pasividad de la patronal y la cerrazón sindical han logrado que obtengamos el dudoso mérito de ser el país que, a juicio del estratega de Credit Suisse, menos resortes para llevar a cabo los ajustes macro y micro que nuestro país necesita.
El informe llega en un momento especialmente inoportuno, toda vez que coincide con las nuevas estimaciones de crecimiento, desempleo y déficit del Gobierno y con la bajada del rating soberano por parte de una de las principales agencias de calificación. Sin embargo, y de ahí que me haga eco de él, su contenido no debe caer en el saco roto del hastío informativo. Fundamentalmente porque aporta matices nuevos a ese diagnóstico que, por primera vez en mucho tiempo, ha dejado de ser secreto de sumario en aras del interés político para asomarse al balcón de la conciencia colectiva. Y en la medida en que tal identificación de los males que afectan a nuestra economía se concrete y enriquezca, sí: el verbo no está mal empleado, seremos más capaces de aprender qué errores no queremos volver a cometer y qué rumbo debemos tomar precisamente para evitarlos. No cataloguen este artículo como un jarro de agua fría, uno más, en medio de la ducha de decepciones que diariamente nos acompaña, sino como un intento más de mostrar dónde estamos: donde nunca más queremos estar. Ahora un poquito de voluntad política, un bastante de esfuerzo colectivo y un mucho de determinación nos esperan. Adelante.