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La necesaria muerte de las Cajas de Ahorro

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Por primera vez, McCoy escribe por encargo

Hay que acabar con las Cajas de Ahorro. Ha llegado su hora. Y nunca se va a presentar una ocasión pintada tan calva como la que se deriva de la debilidad financiera que ahora les acompaña y que amenaza con traducirse en cadáveres antes de que concluya el mes, plazo que en su información de hoy Cacho prorroga...
S. McCoy

La necesaria muerte de las Cajas de Ahorro

@S. McCoy - 19/01/2009 06:00h

Hay que acabar con las Cajas de Ahorro. Ha llegado su hora. Y nunca se va a presentar una ocasión pintada tan calva como la que se deriva de la debilidad financiera que ahora les acompaña y que amenaza con traducirse en cadáveres antes de que concluya el mes, plazo que en su información de hoy Cacho prorroga cinco meses más. Lo dudo. Una vez que Solbes ha decidido el pasado viernes quitarse de una vez por todas la careta -tarde y mal como nos recuerda el, a mi juicio, mejor artículo de opinión de este fin de semana (tambien copio y pego abajo), firmado por Ignacio Camacho en el ABC- ya no caben excusas adicionales para sostener en el tiempo la delicada coyuntura de muchas de las entidades que integran el subsector. Llamar crítica a su situación es casi un acto de generosidad para con ellas. Su supervivencia depende no ya de su propia viabilidad financiera, no hay más que ver cómo la bajada del Euribor no ha minorado, de momento, su desesperada necesidad de captar pasivo, esto es, dinero ciudadano –tanto ofreces, tanto sufres- y financiación, sino de la voluntad política de asegurar su subsistencia. ¿Política?, ¿ha dicho alguien política? Llegamos de este modo al quid de la cuestión.

 

El vergonzoso espectáculo que están protagonizando tanto el ejecutivo como la principal institución financiera de Madrid no es sino una manifestación más de la confusión de intereses que caracteriza la actividad económica y social de las Cajas de Ahorro. Que nadie se rasgue las vestiduras, que en todas partes cuecen habas. O en casi todas. No hay más que ver la composición de sus órganos de gobierno, por una parte. O la absurda estructura de no propiedad y, por tanto, de no control ciudadano directo que les caracteriza, algo que la necesidad hace que se intente remediar ahora mediante la emisión a destiempo de cuotas participativas, por otra. Las Cajas son unos entes sujetos a la supervisión de un Banco de España que nunca ha entrado, cada cual tiene sus propias servidumbres, a censurar el cáncer fundamental que determina su orientación estratégica: el servicio a los intereses de los responsables administrativos de su área de influencia. Daba igual que se condonara una deuda multimillonaria a un partido; poco importaba que se concentrara riesgo inmobiliario en forma del triunvirato propiedad accionarial, financiación promotora, respaldo en operaciones corporativas; apenas tenía relevancia que algunos equipos directivos, nominados dactilarmente, a duras penas distinguieran préstamo de crédito, gasto de inversión; se pasaba por encima del crecimiento disparatado de sucursales. Mientras el ciclo acompañaba, cualquiera se atrevía a rechistar por mucha independencia de la que se alardeara.

 

Precisamente ha sido esa indiferencia, mejor dicho tolerancia, la que ha consolidado en el tiempo un modo de hacer finanzas que en la actualidad muestra su peor rostro. Porque si no hay mal que cien años dure, tampoco hay planificación estratégica ineficiente, asunción incontrolada de riesgos e ineficiencia palmaria de gestión que el lado oscuro del ciclo, que algunos han redescubierto descarnadamente que existe, no termine por asomar a la luz. Mala suerte, chato. Ahora que los inspectores del Banco de España aterrizan en la entidades en plan anuncio de Don Limpio en busca de las bacterias que pueblan sus cuentas anuales y que las entidades piden árnica a gritos, es el momento de cuestionarse cuál es la utilidad real de las Cajas de Ahorro más allá de las razones que justificaran su aparición al inicio de su trayectoria histórica. Si de lo que se trata es de hacer Banca Estado o Banca Región, hagámoslo abiertamente, de modo tal que las reglas del juego sean iguales para todos y cada palo aguante su vela. Si, por el contrario, lo que se persigue es mantener un espectro mínimo de competencia dentro de un esquema de libre mercado sujeto a estricta regulación y supervisión, no distingamos entre figuras jurídicas. Las Cajas, se miren por donde se miren, son un anacronismo fácilmente reemplazable por una novedad que podría responder a lo que parece de inicio una paradoja: “entidades socialmente responsables”, adjetivo tan en boga en nuestros días, intrínseco a las cajas, que ampararía su Obra Social y que requeriría de un periodo transitorio de adaptación para su equiparación al resto del sistema financiero español.

El discurso no tiene punto medio. No cabe distinguir entre unas Cajas y otras. No es posible tal discriminación. Cuando un cáncer se instala en un organismo, lo primero que hay que hacer es extirparlo. Completamente. Si queda alguna célula contaminada, las probabilidades de que el tumor se reproduzca se disparan. Algunos argüirán que gran parte de sus errores han sido compartidos por la banca tradicional. Bien, pero hay un elemento sustancial que las diferencia: la estructura de propiedad, que se traduce en una asunción de riesgos que permite exigir responsabilidades. Otros dirán que el proceso de nacionalizaciones que, iniciadas en el mundo anglosajón, amenaza con desembarcar en breve en nuestro país, hace que se trate de un movimiento innecesario toda vez que su cambio de estatus va a venir de forma sobrevenida. Bueno, habrá que verlo. La cantinela de Melody, “antes muerto que sin caja”, está en la boca de muchos dirigentes regionales que ven en ellas la única vía de financiación controlable de la que disponen. Ojalá me equivoque y sea como aquellos dicen. En cualquier caso, no es tarde para operar al enfermo. Aún hay remedio, por doloroso que resulte. Y en un momento como el actual, en el que la I de ingresos de estas instituciones se va a resentir, incluso sería bueno un proceso de integración y conversión que actuara sobre la G de gastos. ¿Voluntad política de hacerlo en un modelo autonómico como el que padecemos? Ninguna, ya se lo digo yo. Pero había que decirlo. Menudo peso me he quitado de encima. espero que me paguen con sus comentarios el encargo. 

Buena semana a todos

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Domingo, 18-01-09
AHORA tendría que dimitir, como Ramón Calderón. Y por los mismos motivos: por embustero o por incompetente, por mentir o por no enterarse, por tramposo o por ingenuo, por sus propias culpas o por asumir las ajenas. Después del desolador panorama que pintó el viernes, tras un año y medio de enconadas negativas de la evidencia -¿hace falta recordar su debate preelectoral con Pizarro, sus engoladas proclamas de que la crisis hipotecaria americana no afectaría a España?-, a Solbes sólo le queda la salida de la renuncia. Porque si no vio venir la catástrofe no merece seguir al frente de la economía española, y si la ocultó, aunque fuese por mandato de su jefe, tampoco puede permanecer en el Gobierno.
Quizá este abrupto reconocimiento de un horizonte pavoroso de recesión, déficit y paro sea el triste testamento del vicepresidente antes de retirarse o ser desplazado de un cargo cuya renovación no debió aceptar. Pudo haberse ido con decoro antes de que se hiciera patente el descalabro, cerrando su currículum con una legislatura próspera, y ahora aunque se vaya dejará una hoja de servicios capicúa, abrochada con el mismo horizonte de devastación social que dejó en el último mandato gonzalista. Con una tasa de desocupación creciente y un déficit casi similar al de entonces, pues no es difícil imaginar que ese 5,8 por 100 que admite para 2009 -el doble del máximo autorizado por el mortecino plan de estabilidad de la UE- acabará disparándose hasta cerca de un 7 si la destrucción de empleo supera las ya demoledoras previsiones finalmente reconocidas.
Probablemente Solbes lo sabía, o lo intuía, porque tiene el conocimiento suficiente para no despreciar los pronósticos unánimes y reiterados que vaticinaban lo que inevitablemente ha ocurrido. Calló acaso por un equívoco sentido de la lealtad política o por una pereza acomodaticia. Se plegó al optimismo trivial y forzoso del presidente, y aceptó a regañadientes la irresponsabilidad de sus designios dispendiosos: aquellos cuatrocientos euros de regalía inútil que devoraron el superávit, o este reciente maná autonómico de imposible cuadratura. Resignó su criterio y su función a los de un simple contable que se limita a advertir en privado los riesgos de operaciones temerarias, y ha acabado por apechar con el papel de cenizo obligado a dar cuenta a la nación de la tardía perspectiva de sangre, sudor y lágrimas que jamás asumirá en persona Zapatero.
Por eso ya no le queda más salida que marcharse. Este Solbes finalmente instalado en el lado oscuro ha proclamado una realidad mucho más cruda que aquella por la que otros fueron desaprensivamente tachados de antipatriotas. Que todos fuésemos conscientes del engaño no invalida la voluntad del fraude. Y aunque se sepa de quién es la responsabilidad de la voluntaria ceguera o del embuste masivo, los tragaculpas que han avalado su estrategia ya no pueden quedarse al margen. En su doble etapa de Gobierno, el vicepresidente económico pasará a la historia como el tipo al que se le hundió dos veces el país. He aquí un hombre para confiarle los ahorros.