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Tropelías Fiscales, S.A.

@S. McCoy - 14/02/2009

España ya está oficialmente en recesión. Se cumple el requisito oficial de dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo de la economía. Tiene razón el Presidente del Gobierno cuando dice que el mal es de muchos. Se le olvida continuar la sentencia con el latigazo semántico del consuelo de tontos. La debacle financiera internacional, cierto es, está expandiendo la crisis entre economías de lo más dispar. Pero la cuestión clave no es esa: la pregunta del millón es si la actual coyuntura está de visita o ha venido para quedarse. Si una vez superado el mal trago exterior, los resortes internos serán lo suficientemente potentes para emprender el camino de vuelta. Trabajar desde la comparación ajena es una absurda pérdida de tiempo en el momento actual. Tratar de establecer los mecanismos para engancharnos a la recuperación es la prioridad.

Se ha explicado hasta la saciedad el problema de España. No nos vamos a extender sobre la ausencia de resortes monetarios o cambiarios, la falta de competitividad, la fragmentación del mercado interior, la dependencia financiera y energética exterior y todos esos otros elementos que hemos citado plúmbeamente estos últimos meses. Ni siquiera merece la pena entretenerse en el desastre que va a suponer para nuestro país el comprometer las cuentas públicas para mantener el Estado del Bienestar, en lugar de para dedicarlas a mejoras educativas, de innovación o competitivas. Demasiado de puntillas se ha pasado por el absurdo que supone mejorar la eficacia de la Administración, reconocimiento implícito de su ineficiencia, mediante una reducción de gasto de 1.500 millones que se destinará a algo tan intrínsecamente improductivo como dar peces a esos parados que lo que están deseando es pescar. Sinceramente creo que hemos entrado en una dinámica de tolerancia del absurdo de tal calibre que ya nada nos sorprende.

No. Hoy es momento de mirar a las consecuencias futuras de todo lo que ahora acontece, objetivo primero y principal siempre de este Valor Añadido. Ya sabemos que la Comisión Europea nos ha sacado tarjeta amarilla. Para 2011 el déficit público tendrá que volver al primigenio límite de Maastricht del 3% del PIB. En definitiva no está sino señalando lo mismo que el ahora ensalzado Keynes defendía hace 80 años: la temporalidad de la actuación extraordinaria del Estado en la economía. Aunque me temo que a nuestra administración actual las amonestaciones comunitarias le entran por un oído y le salen por el otro, nada mejor que tener un elemento externo al echar encima las culpas de los errores internos, lo cierto es que la amenaza de sanciones plantea una cuestión cuya resolución va a tener un enorme impacto para el conjunto de la sociedad española.

Hacia una mayor presión tributaria.

La única manera de corregir una situación de desequilibrio presupuestario del tamaño del que se está formando en España, que superará con creces a finales de 2009 el doble del límite comunitario, es a través de una reducción de la inversión de las distintas instituciones públicas o de una mejora de los ingresos fiscales. Es una obviedad de tal calibre que casi da vergüenza escribirla. Sean condescendientes que es sábado. Sin embargo, el proceso que se está produciendo en la actualidad es justamente el contrario: la recaudación impositiva se reduce con el parón del consumo y el deterioro en renta de ciudadanos y empresas, a la vez que las nuevas necesidades asistenciales hacen que gran parte del gasto comprometido sea estructural y que el circunstancial remanente se dispare.  

Dada la voluntad, manifestada hasta la aburrida reiteración, del Presidente del Gobierno de mantener intactos los mecanismos de protección social actualmente en vigor -y visto que cualquier ajuste en el monstruoso tamaño de la Administración Pública, cuya gestación colectiva de la mano del irracional modelo autonómico hemos entre todos consentido, es inoportuna en un entorno de desempleo furibundo como el actual-, la vía más clara, y aparentemente única, de actuación del ejecutivo es a través de un impulso de la entrada de dinero a las arcas del Estado. Esto implica: aumento significativo de los procesos de inspección, reforzamiento en la lucha contra el fraude tributario, endurecimiento de la normativa especialmente por lo que a bonificaciones y deducciones se refiere y, sobre todo, recuperación de figuras impositivas que la bonanza económica había permitido desterrar, fundamentalmente Impuesto de Donaciones y Sucesiones y Patrimonio.

Primero zanahoria y después palo.

El artículo se llama Tropelías Fiscales, S.A. porque es como si lo estuviera viendo. Ya el pasado mes de octubre se extendió entre la ciudadanía una cierta situación de pánico que fue la que condujo a la mayoría de los gobiernos de las economías occidentales a garantizar de modo ilimitado, en algunos casos, y con un límite cuantitativo significativo, en otros, los importes depositados por el sector privado en las respectivas instituciones financieras nacionales. El caso español no fue distinto. Un movimiento similar a día de hoy sería la puntilla para nuestro sistema financiero. De ahí que sean tan irracionales como irresponsables los mensajes que auguran una salida de nuestro país del euro lo que provocaría, de facto, ante la perspectiva de que ocurra, un acopio de capitales por los particulares y la insumisión fiscal y, como consecuencia de ello, la imposición de un corralito forzado por parte de las autoridades.

Más bien al contrario, hay que fomentar la confianza entre los impositores. Y aflorar tanto capital oculto como sea posible para reforzar la débil situación actual. El gobierno, que ya ha lanzado globos sonda a través de la Fundación Ideas de Caldera, tiene claro lo que hacer. Vamos a encontrarnos en breve con una amnistía fiscal con objeto no sólo de mantener sino de aumentar los recursos financieros de la economía. No se referiría exclusivamente a la repatriación de capitales desde los paraísos fiscales, que también. Se trataría de un borrón y cuenta nueva en toda regla. No hay que olvidar que los procesos de crisis como el actual incentivan el crecimiento de la economía sumergida, precisamente en el momento en el que la oficial necesita más de su riqueza. La emergencia nacional sería el argumento esgrimido. Perdonemos a unos pocos por el bien de todos. Suponiendo que lo oculto es un 20% del PIB español y que el 25% de los evasores acuden a la llamada del fisco, en muchos casos como una ventana de oportunidad para salvar sus propias empresas aflorando liquidez, veríamos una inyección automática del 5% del Producto Interior Bruto español. Una tentación que el curso de los acontecimientos va a hacer demasiado atractiva como para resistirse. Por supuesto vendrá adornada de toda la panoplia de nuevas medidas de control, sanciones más elevadas a los defraudadores y similares. Pu5ré de zanahoria.

Una vez conseguido el primer objetivo, zaca: un aumento importante de la presión impositiva en los términos anteriormente señalados que, entre otros factores, fue lo que permitió a la Depresión americana acompañarse para la Historia del epíteto de Gran. Pedazo de oportunismo. Una medida restrictiva para el conjunto de los ciudadanos que desincentiva la actividad privada y produce un deterioro aún mayor de las cuentas públicas al aumentar su dependencia de la ineficaz iniciativa estatal y mermar las posibilidades recaudatorias a futuro. As de bastos. Lo mismo esto no es más que otra historieta más de ciencia ficción económico-empresarial de las que tanto le gustan a este McCoy, pero si uno se para a pensar en las, pocas, alternativas que le queda al gobierno de esta nuestra comunidad patria para ajustarse a la disciplina y la ortodoxia que impone la zona común, -un mensaje que se irá diluyendo, sin duda, en la medida en la que se vaya asumiendo la gravedad de la crisis- ésta es quizá de más evidentes. O no. Puro Food for Thought para el fin de semana. El lunes les espero. Vengan guapos.