El verdadero problema de este paro
@S. McCoy - 04/02/2009
El principal problema del paro en España no es ni social, ni económico, ni financiero. Fíjense lo que les digo. Una aberración humanitaria e intelectual, dirán algunos. Bien. Están en su derecho. ¿Quiere decir esto que no tiene importancia el drama personal y familiar que se esconde detrás de cada parado, ni los posibles brotes xenófobos que puedan surgir al calor de tal desencanto? Por supuesto que no. ¿Significa que es insignificante el impacto que, sobre ese consumo que abarca dos terceras partes del PIB español, tienen tanto los despidos masivos como la imposibilidad de encontrar empleo? Es incuestionable que no es así. ¿Implica que el sector financiero, antes alabado y ahora denostado por un gobierno especialista en echar balones fuera, no va a notar sus efectos en sus cuentas anuales a través de la mayor morosidad y el menor uso de sus servicios? Para nada. Sin embargo mucho más relevante que la certeza hoy, sobre la que podemos regodearnos todo lo que ustedes quieran, es la amenaza del mañana. Y lo que hace verdaderamente preocupante a la destrucción de empleo actual e inmediatamente venidera es la absoluta falta de medidas oportunas para revertir esta tendencia en el futuro, la más que completa carencia de alternativas que permitan vislumbrar una salida. En definitiva, la potencial consideración de una parte relevante del nuevo paro como estructural, como puestos de trabajo que no van a volver, como desocupación que ha venido para quedarse. Esos son los negros nubarrones que hay que tratar de disipar desde ya. Con el trabajo de todos.
Hemos perdido dieciocho meses negando primero la crisis, minimizando después sus efectos y tratando finalmente de corregirla a través de propuestas que parecían más el resultado de un enloquecido brainstormingque la plasmación de un verdadero Plan para España. Ninguna referencia al largo plazo, completa ausencia de reformas duraderas, plétora de estímulos inadecuados. 400 euros por aquí, obras de un par de meses por allá. Un poquito de todo y, al final, un mucho de nada que sólo ha servido para destruir 60.000 millones de euros de la riqueza pública en un solo año, que no está mal. Dinero que no deja de ser suyo, mío y del de más allá, habitantes patrios. Pero miren. Tampoco hoy es momento de lamentarse de la poca o nula capacidad de nuestros titiriteros de la política para resolver lo que tenemos encima. La gran virtud de la democracia es que ocurre como en la mitología griega: los dioses acaban castigando a los hombres con sus deseos. ¿No querías Zapatero? Pues toma dos tazas. Si tu protesta no se traduce en voto, ¿por qué te quejas? Mientras la popularidad de la mayoría de los líderes mundiales, ex Obama, se encuentra por los suelos, nuestro presidente sigue en el top de los líderes más valorados a nivel nacional. Cosas veredes, amigo Sancho. Que me lo expliquen.
Analicemos la situación. No tenemos política monetaria, ni tampoco de tipo de cambio. Nuestra capacidad de actuar con el presupuesto se encuentra constreñida por dos limitaciones esenciales: una, la situación de la que partimos en términos de ingresos fiscales y compromisos de pago, y dos, la dificultad de colocar deuda en un entorno competitivo de oferta de recursos. No lo duden, esta última llegará más antes que después. De hecho ya ha llegado, como prueban las rentabilidades que tenemos que pagar en nuestras emisiones de bonos soberanos. Carecemos de la transferencia de rentas de las naciones más ricas dentro de la Europa Comunitaria que sirvieron a nuestro país para levantar el vuelo tras la crisis de principios de los 90. Sobre un modelo productivo erróneo, eso sí, quod erat demostrandum. Una oportunidad perdida que no va a volver por mucho quealgunos autores defiendan un nuevo reparto como única alternativa para mantener la cada vez más debilitada cohesión regional. Imaginen los que dirán franceses y alemanes ante una idea como esa. Estarán seguro encantados de ver cómo dilapidamos su riqueza una vez más.
No somos competitivos. Nuestros costes laborales unitarios son un 20% superiores a los de la vapuleada Alemania donde, tras años de esfuerzo colectivo, su clase sindical participa de un marcado carácter participativo, vamos todos en el mismo barco, frente al tono reivindicativo, yo mi me conmigo, de la pesebreada y desaparecida, salvo en el palco del Madrid, representación laboral española. No hay especialización productiva, ni nacional, ni regional, salvo la ligada al denostado mundo inmobiliario, y nuestro mercado interior se encuentra fragmentado debido a la estructura autonómica. Debemos más que nadie en el mundo desarrollado. La innovación es prioridad electoral pero no real. Sigue la fuga al extranjero de nuestro mejor capital humano. Ninguna universidad española se encuentra entre las mejores del planeta. Y, lo que es peor de todo, no hay relevo a la vista para el descalabro residencial. Tuvimos una alternativa, que podían ser las renovables, y entre la picaresca de los ciudadanos, la corruptela de las autoridades y la incertidumbre regulatoria de la administración, fuimos capaces de acabar con ella antes casi de empezar. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Descanse en paz.
Ante un panorama como el descrito, ¿cómo se va a poder crear empleo? Me alegro que me hagan esa pregunta, que es la del millón. En primer lugar, renunciando a las tentaciones fáciles, como son los mecanismos proteccionistas o los dumpings fiscales que está comprobado que son pan para hoy y hambre para mañana y normalmente se terminan volviendo en contra de quien los propone. Recortes de impuestos, sí; locuras, no, que ya tenemos bastantes sin necesidad de inventar otras nuevas. En segundo término, actuando de modo severo sobre nuestra competitividad, un factor económico que se construye de abajo arriba, a través de la educación, de arriba abajo, por medio del estímulo a la innovación, la tecnología y la especialización y de modo transversal mediante una adecuación del coste de los factores de producción al valor real del producto terminado. El mundo es global y no va a dejar de serlo por más que nos empeñemos. ¿Cómo se logra esa adaptación?
Entramos en el punto tres. Lo hemos apuntado ya: flexibilidad laboral aparte, mediante la creación de valor en industrias que requieren de reconversión, como la turística o la automovilística, el impulso a nuevos nichos alrededor de empresas líderes (en ámbitos como la Red, el software, la ingeniería civil,…), y la apuesta administrativa por esos u otros sectores que permitan identificar a España con un futuro muy distinto al presente actual. Es imprescindible, en cuarto y último lugar, un nuevo proceso de liberalización de la economía española que incentive la competencia (¿qué tal una segregación de Telefónica en redes y clientes?), que actúe con severidad extraordinaria sobre oligopolios y monopolios, que elimine intermediarios y controle precios, y que suprima fronteras dentro de nuestra nación. Fuera de toda esta prédica de miércoles se me hace muy pero que muy difícil vislumbrar que es lo que puede ayudar al parado español a salir del túnel en el que ahora se encuentra. Hay que ponerse en marcha para evitar que el virus del desempleo campe a sus anchas por nuestra economía. No es momento de lamentos sino de acciones. Como dice aquél, el no y el nunca ya lo tenemos de antemano. Que no sea verdad.