El discurso del optimista
@S. McCoy - 16/02/2009
Conversación de jueves tarde. Como interlocutor, un gestor con amplia trayectoria profesional a sus espaldas, embarcado ahora en un proyecto de personas que ha sido de los más exitosos de los últimos 18 meses. Rentabilidad cercana al 11% en 2008 y próxima al 2% en lo que llevamos de 2009 con una volatilidad por debajo del 5%. Le llamo para hacer de head hunter de un amigo y dejamos el verdadero motivo de mi acercamiento para los postres. No por culpa mía. A la introductoria pregunta cortés de, “¿cómo lo ves?”, responde de forma automática con un “de modo mucho más optimista que el mercado”, lo cual me deja estupefacto, excepción ante el abatimiento general. Y, a partir de ahí y sin solución de continuidad, un chorreón de argumentos para justificar tal atrevimiento que no me resisto a compartir con todos ustedes. Él siempre ha sido muy celoso de su intimidad. No seré yo quien se la arrebate.
Por supuesto habrá muchos matices que se me hayan escapado, servidor escribe de oídas pues iba con el manos libres del coche, pero creo que la originalidad de parte de sus razones, la consistencia de otras y sutrack record reciente hacen que sus puntos de vista hayan de ser tomados en consideración. Y más cuando dentro de su misma casa vive otro gestor que es el apocalipsis en persona (“lo importante es que cada uno gestione bien su visión del mercado”). No esperen literalidad, por tanto, si bien evitaré desvirtuar el mensaje original.
Ya saben que mi visión, recogida a mediados de enero, era de primer trimestre muy complicado, hasta el final de la publicación de los resultados del 2008, que ya están llegando a su fin, momento en el que se iniciaría una recuperación que se puede alargar hasta mitad de mayo como consecuencia de la confianza de los inversores en la utilidad de los planes públicos de estímulo económico. A partir de ahí, nuevo shock de realismo que condenaría a las bolsas a un comportamiento similar al del año pasado: caídas hasta octubre y brusca recuperación de cierre de ejercicio para situarse en pérdidas inferiores al 10%. Desde esa contraposición de visiones, aquí va lo hablado.
“La primera y principal razón para mi optimismo es que todas las crisis que nacen como consecuencia de un exceso de oferta, en este caso inmobiliaria, provocan un estancamiento de la inversión en el segmento afectado, flujo de caja que se destina a usos mucho más productivos para la economía. Tenemos casas para los próximos 15 a 20 años, lo que implica que la vivienda va a dejar de ser considerada una inversión. Esto, que para algunos es un drama, tiene connotaciones muy positivas. La deflación en precio de los inmuebles va a permitir que el dinero se destine a otras utilidades. Tenemos la experiencia del boom/bust del petróleo que permitió llevar a cabo unas inversiones en infraestructuras que han aguantado décadas; ocurrió lo mismo con Internet en el 2000 cuyo resultado fue una red de fibra óptica que no ha habido que incrementar más que residualmente y que, por el contrario, ha ayudado al fomento de las comunicaciones y de la productividad; pasa lo mismo con los molinillos… No debemos tener miedo a que lo irracional vuelva a la racionalidad.
Es verdad que en este caso hay un factor adicional de preocupación que es el crédito pero otra vez tenemos que distinguir lo normal de lo anormal. Si necesitamos un aumento del crédito al 20% anual para financiar el crecimiento económico, apaga y vámonos. Aquí hay que hacer dos matizaciones. La primera es que no es comparable el nivel actual de endeudamiento del sistema con el de los años 30 donde la mayoría de la deuda era empresarial a corto plazo. Ahora los titulares del apalancamiento son las propias entidades financieras y los particulares, estos últimos con un endeudamiento fundamentalmente inmobiliario que, en teoría, se puede alargar tanto como la vida útil del inmueble, digamos 100 años. Por lo que respecta a las entidades financieras, y entramos en la segunda consideración, salvo en las 48 horas que siguieron a la quiebra de Lehman, no han dejado de cumplir su papel de instrumentos que permiten llevar a cabo las transacciones económicas del sistema pero adecuándose a la nueva realidad de oferta y demanda, que existe y que es algo que no se quiere asumir. No se puede pretender pensar que aquí no ha pasado nada.
Lo que más me preocupa del proceso actual es el pánico a corto plazo que está afectando a las distintas autoridades económicas, monetarias y financieras, campo de cultivo ideal para la estulticia administrativa. Cuando oigo hablar del New Deal se me ponen los pelos como escarpias. El papel de FD Roosevelt fue nefasto en la resolución de la Gran Depresión, contribuyendo únicamente a su prolongación en el tiempo. Por poco políticamente correcto que sea decirlo, el que sacó a Estados Unidos del hoyo fue Hitler, esto es, la Segunda Guerra Mundial. Veo que hay demasiada inclinación a repetir las recetas que entonces se mostraron inadecuadas. Falta perspectiva. De ahí que pese a mi optimismo, mantenga un tamaño excesivamente prudente en mis apuestas que, en cualquier caso, se ven limitadas igualmente por los elevados niveles de volatilidad que hacen que cualquier decisión errónea se magnifique y te pueda hacer un roto en la cartera.
Otro motivo para estar en el lado comprador del mercado es que estamos viendo un cierto proceso de estabilización en el deterioro en el comportamiento de los distintos activos financieros. Las divisas quieren situarse en rango, especialmente en relación con el dólar, las materias primas mantienen los deprimidos niveles actuales mientras que los diferenciales de crédito, pese a las malas noticias empresariales, no rompen los máximos. Y es que no hay que olvidar que la deuda corporativa, a nivel agregado, se encuentra en mínimos plurianuales y que las compañías han aprovechado el cierre de 2008 para sacar toda su porquería del balance, al ver que los mercados no hacían distingos entre unas firmas y otras. El resultado es un alto grado de apalancamiento operativo lo que se traduce en que bajos crecimientos de las ventas tienen un impacto enorme sobre el conjunto de la cuenta de resultados.
Con todo esto, ¿cuál es mi asignación de activos o asset allocation? Creo que los bonos del tesoro van a ser dinero muerto durante mucho tiempo. No es normal que los plazos largos de la curva de tipos, especialmente el 10 y el 30 años de los Estados Unidos, se hayan situado por debajo de donde se encontraban hace 80 años cuando había contracciones en el crecimiento y en el nivel de precios agregado de la economía norteamericana cercanas al doble dígito. No hay valor. La alternativa son las emisiones societarias, un mercado que en enero ha recuperado la normalidad al coste que el inversor a día de hoy demanda y que ofrece oportunidades especialmente atractivas en compañías de carácter estratégico que, por su propia naturaleza, nunca van a caer, porque no se lo van a permitir.
Por lo que respecta a las acciones soy optimista a corto y medio plazo. Si creemos que lo peor en términos de resultados puede haber pasado -lo que no significa que no pueda haber sorpresas negativas en el futuro pero sí que las comparativas anuales empezarán a ser mejores conforme nos vayamos acercando al final de ejercicio-, la valoración de muchas firmas sería irrisoria. El problema es que hasta que no superemos los niveles de septiembre de 2008, que es cerca de un 50% de subida desde donde ahora nos encontramos, no veremos que se produzca una recuperación de la confianza de unos inversores que seguirán contemplando los valores en términos de bear market rally. La paulatina reducción de la volatilidad que llevará aparejada un despegue de ese tipo, nos permitirá ir subiendo nuestra exposición. Hasta entonces, la prudencia no es ni siquiera una actitud propia sino, desgraciadamente, impuesta por el propio mercado”.
Queda dicho. Buena semana a todos.