No muchos países tienen la oportunidad de celebrar el día en que se unieron. Alemania celebra por estas fechas, el 3 de octubre, el día de la unificación. Hace veinte años, en 1990, el canciller Kohl logró unificar dos Alemanias separadas desde la Segunda Guerra Mundial, separadas incluso por un muro de cemento y ametralladoras.
No es la primera vez. A finales del siglo XIX, el canciller Otto von Birmarck logró que los diferentes miniestados alemanes superasen sus diferencias, y se unieran para crear la Alemania moderna.
Pero, de esas dos unificaciones, sin duda, 1990 fue el mejor año de la historia de Alemania porque se olvidó aquella pesadilla. Fue el mejor año desde el punto de vista político.
¿Y cuál fue el peor año? Desde el punto de vista económico, 1923 fue el peor año de su historia: un año que nadie olvida en ese país a pesar de que no hay muchos que puedan decir “yo viví aquello”.
Fue el “Inflationszeit“, el tiempo de la inflación. Y hoy toda Europa, aunque no lo sepa, vive bajo sus efectos.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, en 1918, el marco sólo había perdido la mitad de su valor en los mercados internacionales. Hasta entonces, la tasa de cambio era de 4,2 marcos por dólar. Cinco años después era de 420.000 millones de marcos por dólar.
La espiral en la que había caído el marco es una de las cuestiones que más sorprenden a los economistas. Una de las consecuencias era que los trabajadores alemanes recibían su paga semanal y salían corriendo a comprar productos de primera necesidad porque en cada hora que dejaran pasar su dinero valía menos. Como la inflación les iba comiendo el terreno, exigieron que se les pagara diariamente; pero como eso era insuficiente porque los precios subían de hora en hora, los trabajadores recibían su paga hasta dos veces al día.
Para cualquier trabajador, aunque no lo sepa, la estabilidad de su moneda es lo que le permite ahorrar y planificar su futuro. En 1923 eso no existía en Alemania.
Sucedían otras cosas más chocantes. Se podía saldar la deuda con el banco con un sello de correos. Llegaron a imprimirse sellos de correos por 2.000 millones de marcos, y billetes de 100.000 millones de marcos.
Los precios subían con tal velocidad que, en lugar de modificar las etiquetas, los comerciantes colgaban un cartel que exhibía el factor multiplicador del precio. Este factor lo conseguían llamando por teléfono a los bancos, y preguntando la tasa de cambio del dólar.
¿Y por qué se llegó a esa locura?
Por las reparaciones de guerra. Al terminar la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras cargaron a Alemania la culpa del desastre. Lo que suele pasar en las guerras. Pero en este caso, se obligó a Alemania a entregar el país a los extranjeros: la flota mercante, vacas, minas de carbón, y hasta territorios, como Alsacia-Lorena, entre otras.
Las colonias alemanas en el extranjero pasaron a manos aliadas.Muchas patentes alemanas fueron directamente a empresas norteamericanas. Se le impidió tener fuerza aérea y se limitó su ejército a 80.000 hombres. Los franceses ocuparon la zona minera del Ruhr para asegurarse el cobro de las indemnizaciones de guerra.
A la vista de que Alemania se quedaba sin patrimonio, los mercados internacionales desconfiaron de la moneda alemana e inmediatamente cayó el valor de la misma. Era un país sin credibilidad financiera. ¿Cómo iba Alemania a pagar sus deudas si no tenía ni propiedades? No había riqueza. Todo estaba hipotecado.
El economista británico John Maynard Keynes vislumbró esta humillación y escribió un ensayo titulado “Las consecuencias económicas de la paz”. Allí denunció que las potencias vencedoras estaban abusando de Alemania, y de las potencias centrales. “Si aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”, escribió.
A finales de aquel año, llegó a la presidencia del Reichbank un hombre llamado Hjalmar Schacht. Nacido en un pequeño pueblo que hoy está en Dinamarca, estudió economía en Kiel, trabajó en el Dresdner Bank y por fin entró en el Reichbank como directivo.
Schacht controló la inflación en pocos meses, y recuperó el prestigio de la economía alemana. ¿Cómo lo hizo? En primer lugar, en noviembre de 1923, le quitó once ceros al tipo de cambio, de modo que un dólar en lugar de valer 420.000 millones de marcos, bajó a 4,2 marcos. Luego, logró pactar con los aliados un plan para devolver la deuda poco a poco. Eran 2.500 millones de marcos, según informaba Die Welt. Al principio se cargaría un interés del 7% anual, y luego del 5%. Los aliados se fiaron del plan de Schacht y poco a poco, Alemania recuperó su prestigio y el marco recuperó su valor.
La semana pasada, el diario alemán Die Welt publicó que, según los presupuestos de la República Federal Alemana aprobados por el gobierno de Angela Merkel, se procedía a la última cuota de aquellas reparaciones de guerra. Año tras año, desde 1923, los alemanes habían ido pagando pacientemente su deuda. Se interrumpieron los pagos durante los años en que Hitler gobernó Alemania, pero se retomaron después de la Segunda Guerra Mundial. Los pagos del capital se terminaron en 1983, pero quedaban los intereses. El pacto era no abonarlos hasta que el país estuviera unificado, y se acordó que cuando eso sucediera, Alemania tendría 20 años para liquidar los intereses. Se pensaba que nunca llegaría esa unificación, al menos en el siglo XX.
Pero el 3 de octubre de 1990, hace 20 años, el país se unió. Entonces, el cronómetro imparable de los banqueros se puso en marcha de nuevo. Y justo al cumplirse 20 años, esos alemanes comprometidos, saldaron su deuda. No fallaron ni un solo año. Ni un solo día. La última cuota fue de 20 millones de euros.
Era la libra de carne exigida por los aliados, que nunca se la habían perdonado.
Hjalmar Schacht escribiría en sus memorias, tituladas 76 Jahre meines Lebens (76 años de mi vida, sin traducción al español), que la palabra Inflationszeit, la era de l inflación, nunca sería olvidadapor una generación de alemanes. Se equivocó. No ha sido olvidada por tres generaciones. Aquella inolvidable y dolorosa lección es la base del control económico, del control de la inflación, y de la férrea política monetaria alemana: antes sobre el marco, ahora sobre el euro. Sobre la zona euro. Sobre Europa.
Los alemanes no olvidan el peor año económico de su historia. Aquel infame 1923.
El mejor y el peor año de Alemania
No es la primera vez. A finales del siglo XIX, el canciller Otto von Birmarck logró que los diferentes miniestados alemanes superasen sus diferencias, y se unieran para crear la Alemania moderna.
Pero, de esas dos unificaciones, sin duda, 1990 fue el mejor año de la historia de Alemania porque se olvidó aquella pesadilla. Fue el mejor año desde el punto de vista político.
¿Y cuál fue el peor año? Desde el punto de vista económico, 1923 fue el peor año de su historia: un año que nadie olvida en ese país a pesar de que no hay muchos que puedan decir “yo viví aquello”.
Fue el “Inflationszeit“, el tiempo de la inflación. Y hoy toda Europa, aunque no lo sepa, vive bajo sus efectos.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, en 1918, el marco sólo había perdido la mitad de su valor en los mercados internacionales. Hasta entonces, la tasa de cambio era de 4,2 marcos por dólar. Cinco años después era de 420.000 millones de marcos por dólar.
La espiral en la que había caído el marco es una de las cuestiones que más sorprenden a los economistas. Una de las consecuencias era que los trabajadores alemanes recibían su paga semanal y salían corriendo a comprar productos de primera necesidad porque en cada hora que dejaran pasar su dinero valía menos. Como la inflación les iba comiendo el terreno, exigieron que se les pagara diariamente; pero como eso era insuficiente porque los precios subían de hora en hora, los trabajadores recibían su paga hasta dos veces al día.
Para cualquier trabajador, aunque no lo sepa, la estabilidad de su moneda es lo que le permite ahorrar y planificar su futuro. En 1923 eso no existía en Alemania.
Sucedían otras cosas más chocantes. Se podía saldar la deuda con el banco con un sello de correos. Llegaron a imprimirse sellos de correos por 2.000 millones de marcos, y billetes de 100.000 millones de marcos.
Los precios subían con tal velocidad que, en lugar de modificar las etiquetas, los comerciantes colgaban un cartel que exhibía el factor multiplicador del precio. Este factor lo conseguían llamando por teléfono a los bancos, y preguntando la tasa de cambio del dólar.
¿Y por qué se llegó a esa locura?
Por las reparaciones de guerra. Al terminar la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras cargaron a Alemania la culpa del desastre. Lo que suele pasar en las guerras. Pero en este caso, se obligó a Alemania a entregar el país a los extranjeros: la flota mercante, vacas, minas de carbón, y hasta territorios, como Alsacia-Lorena, entre otras.
Las colonias alemanas en el extranjero pasaron a manos aliadas.Muchas patentes alemanas fueron directamente a empresas norteamericanas. Se le impidió tener fuerza aérea y se limitó su ejército a 80.000 hombres. Los franceses ocuparon la zona minera del Ruhr para asegurarse el cobro de las indemnizaciones de guerra.
A la vista de que Alemania se quedaba sin patrimonio, los mercados internacionales desconfiaron de la moneda alemana e inmediatamente cayó el valor de la misma. Era un país sin credibilidad financiera. ¿Cómo iba Alemania a pagar sus deudas si no tenía ni propiedades? No había riqueza. Todo estaba hipotecado.
El economista británico John Maynard Keynes vislumbró esta humillación y escribió un ensayo titulado “Las consecuencias económicas de la paz”. Allí denunció que las potencias vencedoras estaban abusando de Alemania, y de las potencias centrales. “Si aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”, escribió.
A finales de aquel año, llegó a la presidencia del Reichbank un hombre llamado Hjalmar Schacht. Nacido en un pequeño pueblo que hoy está en Dinamarca, estudió economía en Kiel, trabajó en el Dresdner Bank y por fin entró en el Reichbank como directivo.
Schacht controló la inflación en pocos meses, y recuperó el prestigio de la economía alemana. ¿Cómo lo hizo? En primer lugar, en noviembre de 1923, le quitó once ceros al tipo de cambio, de modo que un dólar en lugar de valer 420.000 millones de marcos, bajó a 4,2 marcos. Luego, logró pactar con los aliados un plan para devolver la deuda poco a poco. Eran 2.500 millones de marcos, según informaba Die Welt. Al principio se cargaría un interés del 7% anual, y luego del 5%. Los aliados se fiaron del plan de Schacht y poco a poco, Alemania recuperó su prestigio y el marco recuperó su valor.
La semana pasada, el diario alemán Die Welt publicó que, según los presupuestos de la República Federal Alemana aprobados por el gobierno de Angela Merkel, se procedía a la última cuota de aquellas reparaciones de guerra. Año tras año, desde 1923, los alemanes habían ido pagando pacientemente su deuda. Se interrumpieron los pagos durante los años en que Hitler gobernó Alemania, pero se retomaron después de la Segunda Guerra Mundial. Los pagos del capital se terminaron en 1983, pero quedaban los intereses. El pacto era no abonarlos hasta que el país estuviera unificado, y se acordó que cuando eso sucediera, Alemania tendría 20 años para liquidar los intereses. Se pensaba que nunca llegaría esa unificación, al menos en el siglo XX.
Pero el 3 de octubre de 1990, hace 20 años, el país se unió. Entonces, el cronómetro imparable de los banqueros se puso en marcha de nuevo. Y justo al cumplirse 20 años, esos alemanes comprometidos, saldaron su deuda. No fallaron ni un solo año. Ni un solo día. La última cuota fue de 20 millones de euros.
Era la libra de carne exigida por los aliados, que nunca se la habían perdonado.
Hjalmar Schacht escribiría en sus memorias, tituladas 76 Jahre meines Lebens (76 años de mi vida, sin traducción al español), que la palabra Inflationszeit, la era de l inflación, nunca sería olvidadapor una generación de alemanes. Se equivocó. No ha sido olvidada por tres generaciones. Aquella inolvidable y dolorosa lección es la base del control económico, del control de la inflación, y de la férrea política monetaria alemana: antes sobre el marco, ahora sobre el euro. Sobre la zona euro. Sobre Europa.
Los alemanes no olvidan el peor año económico de su historia. Aquel infame 1923.