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Pesimismo constructivo




Pesimismo constructivo

11:57 07-10-2008

Es célebre el "Mr. Livingston, I presume" que Henry Morton Stanley, el periodista americano enviado por el Heraldde Nueva York para localizar al médico, misionero y explorador británico, le dirigió cuando el 10 de noviembre de 1871 lo encontró a orillas del lago Tanganika, en el corazón de Africa. El explorador inglés seguía buscando la fuente del Nilo e invitó al periodista a que reconocieran juntos el lago. Tras descartar que en él naciera el legendario río, Stanley volvió a la civilización y relató su célebre encuentro, pero Livingston se quedó en Africa, donde murió convencido de que el Alto Nilo era el Lualaba, un caudaloso río que corría en dirección norte al oeste del lago Tanganika.
 
Tras la muerte de Livingston, Stanley regresó a África para comprobar si era cierta la hipótesis del explorador británico sobre la fuente del Nilo. Pero, para sorpresa de Stanley, el Lualaba acabaría resultando el río Congo, y el accidentado descenso de sus más de 2.000 kilómetros hasta el Atlántico constituiría una de las grandes epopeyas de la historia de las exploraciones: los expedicionarios libraron 32 batallas campales (entre ellas, una contra 2.000 caníbales que gritaban "¡Carne, carne!"); sufrieron el flagelo de la viruela, la disentería y otras enfermedades tropicales; y tuvieron que sortearon, con la embarcación a hombros, decenas de cataratas. El 5 de noviembre de 1876 Stanley prometió a los 366 hombres que iniciaron el descenso que llegarían a la desembocadura de aquel desconocido río antes de que acabara el año; pero sólo lo lograron 115, en agosto del año siguiente.   
 
Optimismo estratégico
 
En "Pioneros de lo imposible" (Alianza Editorial, 2005) Javier Jayme cuenta que un joven nativo advirtió a Stanley de que en el Luababa encontraría selvas inmensas, cataratas infranqueables, animales salvajes -boas, gorilas, cocodrilos...- y tribus caníbales. Y aunque la advertencia no le desanimó, años más tarde escribiría: "De haber tenido la más ligera idea de las descomunales barreras que nos aguardaban, jamás nos hubiéramos aventurado a su encuentro".
 
La actitud de Stanley constituye una buena ilustración de las virtudes de ese optimismo que algunos psicólogos llaman "estratégico" y otros "espontáneo". En el capítulo XII de su Teoría eneral, Keynes lo destacó como motor de muchas iniciativas empresariales: "Una gran proporción de nuestras actividades positivas dependen del optimismo espontáneo, más que de una esperanza matemática. La actividad  empresarial (enterprise) que depende de esperanzas sobre un lejano futuro beneficia a la comunidad como un todo. Pero sólo habrá suficientes iniciativas individuales si el cálculo racional se ve complementado y apoyado por "impulsos viscerales" (animal spirits), de forma que el temor a una pérdida irremisible que con frecuencia asalta a los pioneros sea tan ignorado como la idea de morirse por un hombre sano".
 
El optimismo infunde confianza, capacidad de convicción y entusiasmo, lo que con frecuencia mejora el rendimiento tanto del optimista como de quienes le rodean; hace la vida más placentera y nos evita el triste sino de aquel anciano que, según Churchill, se lamentaba en su lecho de muerte de haberse pasado la vida apesadumbrado por cosas que nunca llegaron a pasar; y, en el seno de grupos sociales, fomenta una actitud de confianza y colaboración que modera el riesgo de conductas oportunistas basadas en el "sálvese quien pueda".
 
Paradoja de Ícaro
 
Pero el optimismo encierra también graves peligros, como el exceso de confianza y la infravaloración de los riesgos. En los años 90, un profesor canadiense de gestión de empresas, Danny Miller, describió ese riesgo como la "paradoja de Ícaro": una empresa que tenga éxito de resultas de cierta invención o producto concentrará su atención y recursos en esa línea de negocio, mimará e incluso endiosará a quienes la descubrieron o gestionan, marginará a los restantes departamentos y profesionales, y adoptará progresivamente una cultura monolítica que le restará versatilidad y ocultará su debilidad ante un inesperado cambio de circunstancias. Aunque Miller ilustró su teoría con la falta de reflejos de IBM, en el apogeo de su gloria, para prever y adaptarse al nacimiento del ordenador personal, los acontecimientos financieros de estos últimos años serían un venero de casos de empresas, instituciones y personas  que sucumbieron a un síndrome parecido.
 
Pero el optimismo también puede resultar contraproducente en tiempos de crisis. Como la psicóloga americanaJulie Norem expuso en 2001 en su libro The Positive Power of Negative Thinking, una estrategia basada en infundir optimismo puede resultar ineficaz, e incluso contraproducente, para ciertas personas que, poco dadas al optimismo, sufren ansiedad y albergan temores respecto al futuro: los bienintencionados consejos "tranquilos, que todo saldrá bien" o "anímate, hombre" pueden ser perniciosos cuando se dirigen a personas angustiadas o atenazadas por el pesimismo.
 
Pesimismo constructivo
 
La psicóloga mantiene que, con esas personas, puede resultar preferible una estrategia que ella llama defensive pessimism y que yo prefiero traducir como "pesimismo constructivo", pues "constructivo" refleja mejor que "defensivo" su quintaesencia. Se basa en cuatro reglas esenciales:
 

·         Prepararse mentalmente para encajar un resultado adverso y aceptar que las cosas pueden salir mal (low expectations).

 
·         Analizar con minuciosidad los motivos o fallos concretos que tenderán a provocar ese resultado adverso.
 
·         Elaborar un plan específico con medidas concretas para evitar o mitigar tales fallos.
 
·         Centrarse exclusivamente en el futuro, sin mortificarse o culpar a los demás por errores o conductas pasadas que ya no tienen remedio.
 
La estrategia reposa en el pesimismo, pues lejos de suponer ingenuamente que "todo saldrá bien" o que "no hay que generar desconfianza", parte de que las cosas pueden salir mal y hay que estar preparado. Esa actitud no siempre resultará fácil, pues el deseo de evitar ese amargo cáliz provocará, con frecuencia, que adoptemos una actitud escapista que utilizará el optimismo como coartada. Quien acepte, sin embargo, que las cosas pueden salir mal y se prepare para lo peor podrá alcanzar la serenidad de ánimo que es precisa para desplegar la faceta "constructiva" de la estrategia: un análisis metódico de las causas del previsible mal resultado y un plan específico para atajarlas.
 
La estrategia propuesta por Julie Norem no es una panacea. Además, está concebida para individuos y no puede trasladarse mecánicamente a grupos sociales -especialmente si son grandes y carecen de cohesión interna-, en los que la actitud no-cooperativa de los más propensos al pánico puede desencadenar "profecías que se auto-cumplen" (self-fulfilling prophecies). A mi juicio, no obstante, el pesimismo constructivo puede resultar útil cuando, como ocurre ahora en España, los ciudadanos albergan ya graves temores sobre el futuro de la economía -e incluso del sistema financiero- y desconfían del optimismo voluntarista de su Gobierno, esclavo de su programa electoral y del "optimismo antropológico" de su presidente.
 
Por eso, me pareció poco atinada la afirmación de la Vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, al término del último Consejo de Ministros: "La confianza se genera no sólo con actuaciones, sino también con un discurso positivo que evite sembrar permanentemente la incertidumbre sobre la situación del país, sobre nuestra economía, sobre nuestras empresas y sobre las medidas que está adoptando y liderando el Gobierno".  Por desgracia, la incertidumbre es inevitable y los ciudadanos, más perspicaces de lo que creen nuestros gobernantes, la perciben y sienten angustia.
 
Por eso, sólo cuando el Gobierno y el PSOE adopten una actitud más realista y pesimista sobre la intensidad del ajuste económico en ciernes y del embate de la crisis financiera, y tanto ellos como el Partido Popular y su líder, Mariano Rajoy, cejen en ese juego estéril e infantil de reproches y comparaciones retrospectivas, podrán los ciudadanos tener la confianza de que, aunque el futuro sea ahora inevitablemente incierto y sombrío, nuestros políticos e instituciones sabrán coordinar el esfuerzo colectivo preciso para que superemos el trance con el menor daño posible.
 
Paradójicamente, el optimismo voluntarista del Gobierno no genera confianza. Es la hora del pesimismo constructivo.