@S. McCoy - 09/10/2008 06:00h
Me encanta el Gobierno de España. Así, con mayúsculas. Imagen de marca que era tan urgente construir. Dinero de ustedes y mío. Servidumbres de la Champions. Me encandila su capacidad de improvisación. Y su ausencia de rectificación. Y su tendencia a la autoconvicción. Quien bien te quiere te hará sufrir, dice el aforismo popular. No cabe entonces otra interpretación: nadie me ama más que Zapatero y sus huestes económicas. Ni siquiera mi mujer, que dará a luz, si Dios quiere, nuestro quinto hijo en mayo del año que viene. Es metafísicamente imposible. Cada vez que me paro a analizar cualquiera de sus medidas, se me revuelve el cerebro del castigo intelectual. No puede ser, no puede ser, no puede ser, me repito. Pero es. No hay placer sin dolor. De ahí que me dé el gusto hoy de hacer un placentero recorrido por la última ocurrencia gubernamental que, carente de soluciones autóctonas, ha decidido ir al mercado de las alternativas posibles y comprar, ¡a consumir, malditos!, la única que, a ciencia cierta, se sabe que no va a funcionar, remedo nacional del esquemaPaulson. Les voy a explicar por qué.
Ya saben de qué va esto. La Administración ha decidido dedicar 30.000 millones de euros, ampliables a 50.000 si la situación así lo aconseja, un 5% del PIB, a comprar activos hipotecarios de la máxima calidad situados en el balance de las entidades financieras privadas españolas. Premisa 1. Una adquisión condicionada a que dicha sustitución de crédito ilíquido por dinerito contante y sonante, que se obtendrá mediante emisiones de deuda pública, sirva para reactivar la financiación a unas empresas y particulares que se ven asfixiadas/os por la crisis financiera. Premisa 2. No a reducir deuda, no. Ni como colchón para hacer frente a sus inmediatos vencimientos, que tampoco. Sólo se dará lo uno si se produce lo otro, puro pass through, o al menos eso se desprende de esa primera formulación mediática, revestida de aura de ocurrencia de la semana. Creemos un mini banco dentro de cada banco, genial, sujeto a una severa, qué digo, severísima supervisión administrativa. Hasta Martínez Pujalte lo ha reclamado. Palabras mayores. Un plan que, dicho así, pertenece al ideal mundo del Pequeño Pony pero que es, en mi modesta opinión, un brindis al Sol. No tanto por los condicionantes técnicos que tiene y que, en su mayoría, están por perfilar, sino porque rompe con la esencia de la actividad bancaria.
La banca hace dinero pidiendo prestado a corto, cuentas corrientes y depósitos, y prestando a largo. En esencia es así, comisiones aparte. Ese margen ordinario o de intermediación ha de ser positivo ya que, de lo contrario, el negocio sería ruinoso, toda vez que, como ocurre en cualquier otra industria, lo que se gana por la parte de arriba de la cuenta de resultados ha de soportar todos los sustraendos que figuran por abajo. Bien, lo que ahora propone el gobierno es justamente lo contrario: que las entidades se financien a medio plazo para dar liquidez a corto al sistema. No se trata de mera entrega de un colateral para recibir financiación del BCE a día, semana, quincena o mes. Consiste en vender al Estado las titulizaciones existentes en el balance, muchas de ellas creadas ad hoc con el propósito último de ser utilizadas para acudir a la ventana de descuento abierta por la autoridad monetaria. Y, con ello, asumiendo, como han dicho los inventores de la idea, precios de mercado, obtener financiación mayorista de carácter público. ¿Mejora en mis costes de financiación? Entre cero y nada. ¿Flexibilidad para mi balance? Menor. ¿Ventaja respecto al BCE que, además, ha abierto la mano con los activos que se pueden dejar como garantía y no me impone a qué tengo que destinar los fondos? Tampoco. Si yo fuera un gestor bancario podría aceptar la obligación política de dar curso a una iniciativa como ésta. Pero tengan por seguro que lo haría desde el menor de los convencimientos.
Porque, además, la problemática se plantea igualmente desde el otro lado del balance. Usted, Gobierno de España, imagen de marca y tal y tal, me propone quitarme las joyas de la corona de mis activos hipotecarios. Aquellos sobre los que, con lo que ha llovido, no hay riesgo ni por la capacidad de repago del deudor ni por el valor de la garantía. Esos que son los únicos que me van a permitir mantener una actividad recurrente a futuro. Y me pide, por contra, que me quede con la morralla que, por mi torpeza, he acumulado en los últimos años en mi balance. De castigo, por malo. Vaya hombre, que va a resultar, mire por donde, que los dos queremos lo mismo, que somos hermanos, incluso administrados, pero no primos. Pero bueno, yo, por su voto futuro, hago la trágala actual si es menester. Todo por la patria y mi sillón. Bien, ¿qué me ofrece? Un chorro de liquidez. No suena mal. Eso sí, me exige que no pretenda hacer de mi capa un sayo con ella. Es sólo para financiar empresas y particulares. ¿Proyectos a medio y largo plazo? Imposible majete. El problema, mi problema, es el hoy: descuento de papel comercial y hasta nóminas. Se trata de aliviar las ineficiencias del mecanismo de cobros y pagos del sistema. Amigo, acabáramos. O sea que usted pretende que con mis actuales costes de financiación, o los que usted me ofrece, preste dinero a mis clientes para salvar su inmediata angustia, entiendo que a un precio razonable. ¿Cómo de razonable? Si me pliego a sus deseos me encuentro con que su idea ni me alivia mi liquidez, ni actúa sobre mi solvencia y me puede costar dinero. No espere que vaya de cabeza.
El fondo de la cuestión es el que hemos apuntado en los últimos días. Una realidad que puso ayer de nuevo de manifiesto el escepticismo con el que, las bolsas europeas y las americanas, recogieron la bajada de tipos de interés por parte de los principales bancos centrales del mundo: el mecanismo de transmisión de la política monetaria está roto y a la capacidad de generar confianza con una medida como ésa se le ha pasado el arroz. Llega tarde, hasta el punto de que en la sucesiva cadena de errores que acompaña la actuación pública, lo siguiente puede ser una trampa de liquidez a la japonesa. Aceptando esa premisa, tiene más sentido, en mi modesta opinión, y dado que lo que está ocurriendo es que el Estado quiere asumir el papel de prestamista último del sistema, que se prescinda de ese escalón intermedio que es la banca comercial, que se ha convertido en un obstáculo y no en apoyo, y que, a través de agencias creadas a tal fin, como Avalmadrid de la Comunidad de Madrid con su propuesta presentada ayer, se acuda directamente en auxilio de aquél ciudadano que, teniendo una posición financiera saneada y una capacidad de repago envidiable se está viendo, como consecuencia de la actuación de aquellos que buscan salvaguardar su solvencia y conservar su liquidez, abocado a la ruina económica en otras circunstancias imposible. ¿Y el intermediario financiero? Cumpliría un doble papel: proponer operaciones susceptibles de aval público (conserva el cliente) y otorgar la financiación con apoyo en lineas de financiación estatales a tipo preferente que trasladaría al solicitante del crédito (alentar la actividad). No deja de ser, como siempre, una posición discutible. Les invito a que compartan la suya.