¿Debe Zapatero garantizar los depósitos en España?
@S. McCoy - 04/10/2008
Si les digo que, como consecuencia de un desplome bursátil, las autoridades del país en cuestión han tomado una drástica decisión que va a condicionar no sólo su futuro sino de un área geográfica mucho más amplia y, a continuación, les pregunto de qué estamos hablando, la mayoría de ustedes no dudarían en responder que se trata de Estados Unidos, el famoso Plan de Paulson, Bernanke y Cox auspiciado por Bush y la pugna liberalismo-intervencionismo que actualmente centra el debate intelectual a ambos lados del Atlántico. No les faltaría razón. Y, sin embargo, irían desencaminados. La nación es Irlanda, que vio el lunes como su bolsa se desplomaba por encima del 12%. La medida es la garantía estatal que ha otorgado durante dos años a los depósitos de las seis principales instituciones bancarias del país. El impacto hace referencia al futuro de la Eurozona tal y como la tenemos concebida a día de hoy. Una iniciativa, por cierto, que ayer mismo fue imitada por Grecia ante el temor de que el pánico se apoderara de sus ciudadanos y dejara tiritando la liquidez de su sistema financiero. Una pregunta retumba por toda Europa, ¿quién será el siguiente? España podría tener bastantes papeletas. O no.
Y es que la propuesta irlandesa supone un salto cualitativo en las distintas alternativas públicas que hasta ahora se habían contemplado para superar la crisis. Ya no se trata de inyectar fondos en la economía bien como accionista (modelo sueco) o como prestamista de último recurso (lender of last resort). Ni siquiera se pretende actuar como creador de mercado (market maker of last resort), que es, en definitiva, lo que persiguen la Reserva Federal y el Tesoro norteamericanos al proceder a la compra de activos que son tóxicos no sólo por el deterioro del subyacente que los soporta, sino, también, por la iliquidez de los mercados en los que se negocian. La idea va más allá de todo eso: es el estado, en definitiva, el que se convierte en garante último del sistema, echándose de ese modo a sus espaldas su viabilidad presente y su estabilidad futura. Poco importan los vecinos. Ande yo caliente, ríase la gente. Una medida cosmética, cierto. No en vano el aval estatal supera varias veces el PIB de las naciones afectadas. Pero cuya efectividad se podría justificar desde un mero ejercicio de cálculo de las probabilidades de pérdida potencial que son susceptibles de ser asumidas por el garante.
¿Una irresponsabilidad? No lo es menos que la decisión del Congreso tan mal acogida ayer por las bolsas de Estados Unidos. Un desenlace que no debería, por cierto, extrañar a nadie. Todos los demás activos financieros, desde los monetarios, pasando por la renta fija pública y corporativa e, incluso, las divisas y las materias primas, habían dado ya su veredicto. Suspenso. No arregla la crisis financiera y puede ahondar la económica, venían a decir. Pero... no nos distraigamos del argumento principal. Al final, si se piensa que el Plan norteamericano será incluso rentable es porque se ha realizado, de forma implícita, el mismo ejercicio. Sus autoridades creen que el nivel final de defaults o quebrantos va a ser mucho menor del que está metido en la cotización actual de los valores y que, por tanto, se podrá hacer dinero simplemente por el hecho de dejarlos morir en su vencimiento. Al menos el plan irlandés evita la paradoja del estadounidense. Y es que, reconociendo explícitamente que, en la raíz de la insolvencia potencial, se encuentra un problema contable, derivado de la errónea atribución de precios por parte del mercado, en lugar de actuar sobre la raíz del mismo, esto es, estableciendo una salvaguarda temporal a las normas de contabilidad como sugiere acertadamente el WSJ, se busca ratificar el absurdo por la vía de la validación estatal de dichas valoraciones equivocadas. De locos.
Irlanda ha matado, con la adopción de una medida tan extrema como la comentada, varios pájaros de un tiro. De hecho, ha transformado lo que se había convertido en un círculo vicioso de solvencia-liquidez en otro virtuoso de liquidez-solvencia. Si antes, los potenciales problemas de balance de sus entidades alentaban a los clientes a llevar su dinero a otros lares, o a meterlo debajo del colchón, tras la propuesta gubernamental ha ocurrido justo lo contrario: la garantía triple A que ofrece el Estado al dinero de los impositoresha atraído nuevos fondos procedentes, principalmente, del Reino Unido donde las nacionalizaciones de Northern Rock y Bradford & Bingley, o la compra de HBOS por parte de Lloyds, han puesto gran parte de su sistema bancario bajo sospecha. No es de extrañar que las autoridades y los medios de comunicación de este país hayan emprendido una campaña en contra de una proposición que no es el principio del fin sino el final del principio de un desencuentro que va a tener mayores implicaciones finales.
En efecto, la situación actual de los mercados financieros y, en especial, del interbancario han convertido la liquidez en un preciado tesoro. Con la unilateralidad irlandesa y griega se abre la caja de los truenos en el seno de la Unión, donde, si no se llega en breve a un punto de encuentro para una acción unitaria, puede iniciarse una peligrosa carrera de Bush el último de impredecibles consecuencias. De hecho, como ya hemos señalado en otras ocasiones, la ausencia de mecanismos de tipos de interés o de cambio, como consecuencia de su pertenencia a la moneda única, condenan a países con fuerte endeudamiento exterior, como España y la propia Grecia, a un duro proceso de ajuste interno para conseguir reconducir la situación. A eso, o a una amnistía fiscal de dudoso resultado y difícil materialización, o a... ta ta chan, proceder igualmente a la validación del sistema financiero local en su conjunto como una forma no sólo de evitar la fuga de liquidez sino de atraer nuevos capitales. El oportunismo que caracteriza a nuestra clase política hace que la pregunta que encabeza este artículo no tenga tantos visos de virtualidad. ¿Debe nuestro gobierno garantizar los depósitos de todos los ciudadanos?
Antes de que se me echen al cuello, concluyo con una reflexión personal. No me he movido ni un milímetro de las tesis del liberalismo aplicadas al funcionamiento de los mercados bajo la doble restricción que siempre he comentado: las instituciones públicas deben evitar un riesgo sistémico lo que se consigue, precisamente, mediante unos mecanismos de supervisión y regulación adecuados. Una postura que defiende de forma ilustrativa Joseph Calhoum en ese agregador imprescindible de buenos artículos que es para mí Real Clear Markets. No dejen de echar un vistazo al link que les adjunto. Sigo pensando que quien alentó a Fannie Mae, hace ya casi una década según en NYT, a entrar en el subprime con infaustas consecuencias o modificó la estricta normativa de capital y apalancamiento para la banca de inversión en 2004, lo que ha supuesto la muerte por defunción de tres de los cinco bancos firmantes, carece de legitimidad argumental e incluso moral para erigirse en salvador del sistema. Sin embargo es mi obligación plantear las realidades que están encima de la mesa, de perdidos al río, con sus pros y con sus contras. Eso es, precisamente, lo que he pretendido hacer hoy. Sean buenos y temerosos de Dios.