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¿Nos estamos jugando la Unión Monetaria Europea?

Ayer dediqué parte del día a contestar algunos de los numerosos correos electrónicos que ustedes tienen a bien remitirme cada día. Voy con bastante retraso, la verdad. Hay, claramente, una limitación temporal. Pero probablemente sea lo de menos. No deja de sorprenderme la confianza que depositan en mi criterio. A veces tengo la sensación de estar creando un monstruo que, si algún día creyera de verdad en su existencia, terminaría por devorarme. Trato, por tanto, de ser prudente, andarme con los pies en el suelo (bajo el estrecho marcaje de mi mujer y del editor de este medio)  y medir mucho las contestaciones. Soy plenamente consciente de que, aunque lo que me envían no deja de ser UNA pregunta, un consejo, una reflexión más para mi, para ustedes es LA o, mejor dicho, en este mundo donde desgraciadamente el tener devora al ser, SU cuestión, su duda, su posición. Única e intransferible. Trato de recordar, cada vez que ustedes entran sin llamar por la puerta de mi casa cibernética, que es un regalo poder compartir ese tiempo con ustedes, invitados a mi hogar, y que, siendo para mí una gracia como es, no puedo por menos que estarles agradecido. Espero ponerme al día a lo largo de esta semana. Como ven, hoy tengo pocas ganas de escribir de lo que NO es realmente importante.

Pero no nos pagan para eso, así que vamos allá. Este rollo que les he cascado viene a cuenta del fuego cruzado que mantengo, con algunos intrépidos foreros, acerca de la posibilidad de que España abandone o no el euro como único camino para solventar la crisis económica patria, vista la ausencia de resortes tradicionales (tipos de interés y de cambio), la falta de competitividad nacional y la excesiva dependencia energética exterior. Mi criterio, que ya anticipé hace un par de días, es que es una propuesta inviable a día de hoy. Una conclusión a la que es fácil llegar de forma intuitiva con nada que se eche un vistazo alrededor. El rechazo a la consolidada moneda única supondría un colapso del sistema de intercambios de nuestra economía, tanto en términos reales como financieros, y exigiría unos costes y unos plazos de adaptación que nos podrían llevar a la prehistoria económica antes de su materialización. No sólo eso, además de la pérdida de crédito internacional, provocaría una ruptura definitiva del modelo europeo tal y como está concebido y se abriría una crisis probablemente imposible de superar.

Bien, de esta manera hemos llegado al punto que hoy nos interesa. Es inconcebible, en mi modesta opinión, una ruptura unilateral del consenso monetario europeo. Pero ¿es posible que dicho quebranto con el sistema establecido se produzca de forma colectiva? Estaríamos hablando de algo completamente distinto en el que son varias las naciones las que, de mutuo acuerdo, establecen las bases y los términos para la vuelta a las catacumbas de la pre-globalización que, a mi juicio, se derivaría del abandono conjunto, total o parcial, del euro. No parece algo tan descabellado, en términos de posibilidades, si nos atenemos al artículo publicado ayer por Daniel Gros y Stefano Micossi en Financial Times, que no deja de ser un remedo, actualizado en virtud de los acontecimientos, de lo publicado anteriormente en VoxEU, bajo el título de “La Madre de todos los Rescates” Les adjunto en los links las dos versiones.

Lo que viene a decir el director del CEPS es que el apalancamiento real del balance de los principales bancos europeos, esto es: las veces que los activos superan su base de capital, es de alrededor de 35 veces frente a las menos de 20 de media de las mayores instituciones norteamericanas (habrá que ver cuáles incorpora). Un ratio que, paradójicamente, se habría incrementado a lo largo de este año 2008. A juicio de los autores, el problema no es exclusivamente relativo, sino también absoluto: dichas instituciones de la Eurozona son, efectivamente, demasiado grandes (y están demasiado interconectadas, el otro argumento de moda) como para dejarlas caer (riesgo sistémico). Y su tamaño hace inviable cualquier rescate. Ups. Según afirman, el balance de Deutsche Bank (50 veces apalancado) supone el 80% del PIB de Alemania; el deBarclays (60x) es el equivalente al de todo el Reino Unido, mientras que el PIB de Bélgica es tres veces menor que los activos de Fortis (33x). La posibilidad de una solución nacional quedaría, desde ese punto de vista, descartada por una mera cuestión de inviabilidad práctica sobre la que actuarían, como una rémora adicional, los límites que Maastricht impone a los estados miembros, tanto  en términos de déficit presupuestario como de emisiones de deuda pública.

Una vez más, sólo nos quedaría TrichetUn Banco Central Europeo que ni en su concepción, ni por sus objetivos, ni debido a su dependencia de las limitadas economías domésticas -incapaces, como hemos visto, de hacer frente al problema- tendría la capacidad suficiente como para abordar un colapso, si llegara a materializarse, de estas características. ¿Y entonces? Bueno, cabe confiar en que parte del problema lo va a solucionar el Plan diseñado al otro lado del Atlántico por Paulson y Bernanke. Que ya es confiar porque, como dice el refranero castellano, una cosa es predicar y otra dar trigo. ¿Y si no? Pues es aquí donde entramos en el meollo de la cuestión. ¿Puede permitirse alguna de las naciones afectadas el colapso de una entidad como las enumeradas por Gros en su pieza? Más allá de la higiene del mercado, seguramente no, desde un punto de vista tanto político como económico. Y la acumulación de preguntas y la ausencia de respuestas por parte de las autoridades políticas y monetarias europeas podrían convertirse en la pala con la que caben su propia tumba y, con ella, la de la UEM. Todo muy remoto, sí. Lejano, seguro. Improbable, también. Pero si algo ha demostrado esta crisis es que el Cisne Negro de Nassim Thaleb, la excepción, la cola más cola de la distribución de probabilidades, campa a sus anchas por la realidad  financiera actual. ¿Entonces? Es obligación de este blog dejar, al menos, constancia de tal posibilidad con independencia de su coincidencia o no de pareceres. Así lo hacemos. Se abre el telón del debate.