@S. McCoy - 22/09/2008
Uno de los principales efectos que ha tenido la vorágine de informaciones acerca de la crisis financiera internacional, que han llenado los medios de comunicación a lo largo de las dos últimas semanas, es el haber eclipsado otras noticias de extraordinaria importancia para el futuro de nuestro país. No me estoy refiriendo, aunque pudiera ser, a la pléyade de tristes datos macroeconómicos que se han ido conociendo, ni a la mayor o menor capacidad del actual ejecutivo para encararlos. Ni siquiera a la constatación efectiva de la contaminación política definitiva, por si aún quedaba alguna duda, de nuestro poder judicial, cuyo ejercicio corriente sólo se debería poder entender desde la imparcialidad, vergonzante resulta recordarlo. Qué va. En este caso concreto voy a algo que ha pasado más desapercibido pero que, como los dos ejemplos anteriores, afecta a los pilares sobre los que se ha de construir la España futura. El déficit educativo, que se plasma en unos alarmantes datos de fracaso escolar. Un déficit a más largo plazo, y por tanto más relevante, del que puede afectar a las cuentas públicas o a la balanza comercial. Pero de más fácil solución.
En efecto, mientras que el 80% de los ciudadanos de la Unión Europea entre 25 y 34 años tiene bachillerato o formación profesional superior, en nuestro país dicho porcentaje queda reducido al 64%. No sólo eso, uno de cada cinco jóvenes entre los 15 y los 19 años no recibe formación alguna a diario. Y, según datos del propio Ministerio de Educación, el 30% de los chicos y chicas entre 18 y 24 años, frente al 14,8% de la media europea, deja lo estudios para siempre cada año. 180.000 chavales, grosso modo, por curso escolar o el equivalente a dos Bernabéus y medio. Como para salir corriendo. El primer informe, que es obra de la OCDE, y que les adjunto, es de obligada lectura para todos los interesados en la materia, o lo que es lo mismo: para todos. A los datos ya comentados, incorpora numerosas estadísticas que permiten tener una visión bastante aproximada de cuál es la salud de nuestro sistema educativo, tanto por lo que hace referencia a la actuación de la administración como por lo que respecta a las oportunidades, incluso salariales, que del mismo se derivan. No dejen de llevárselo puesto.
Entrar en las causas que han conducido a una situación como la anteriormente descrita puede traer consigo, debido a las inevitables connotaciones de corte político (cambio del modelo), social (desestructuración familiar) o incluso económico (bonanza económica que acoge incluso a los menos preparados), ejercicios de demagogia, juicios de valor y reproches comunes que, llegados a este punto de la cuestión, probablemente no conducirían a nada. Hay una evidencia, recogida acertadamente el 14 de septiembre en el dominical de El Paíspor Soledad Gallego Díaz: "dicho pronto y sin tapujos: los españoles en edad de trabajar tienen un nivel educativo inferior, saben menos cosas y están sensiblemente menos preparados que la media de los trabajadores europeos de su misma generación. Son pésimas noticias que, sin embargo, no parecen poner nervioso a nadie en este país. Estamos encantados de habernos conocido, de nuestros progresos y de nuestra elevada población universitaria (superior incluso a la media de la UE). Pero todos los expertos saben que vamos demasiado despacio en educación secundaria superior y que es precisamente ahí donde se juega el futuro".
Y no sólo, tal y como señala la propia Soledad en su pieza, porque, sin educación no haya posibilidad de cambiar el modelo de crecimiento, adaptarse a la nueva sociedad globalizada, aumentar la "famosa" productividad o hacer frente a futuras crisis, que también. De hecho es ahí precisamente, donde su artículo se convierte en una oportunidad perdida. Los efectos económicos son, a mi juicio y en el debate que nos ocupa, los menos importantes de todos. Lo relevante, y lo que verdaderamente puede llegar a tener connotaciones dramáticas es que estamos sentando las bases de una sociedad que participa de dos de los cánceres que más pueden lastrar su futuro: la renuncia al esfuerzo como camino para alcanzar metas, esto es, la indiferencia, y la aceptación de la vida en el desconocimiento, es decir la ignorancia.
Una sociedad inculta es una sociedad manipulable. Es una evidencia constatada, en numerosas ocasiones, a lo largo de la Historia. Y más en un entorno de desaceleración económica como el actual en el que viabilidad del estado del bienestar, tal y como lo tenemos concebido, es puesta en tela de juicio. Un desencanto colectivo que es tierra fértil para la aparición de oportunistas que, incapaces de reconocer las propias miserias y actuar sobre ellas, se empeñen en buscar responsables externos, en especial entre la población inmigrante. Un fenómeno para el que el déficit educativo no puede ser mejor abono. Es momento de que nuestra clase política, de forma consensuada y sobre la base de un proyecto a largo plazo, utopía de lunes, corte de raíz la ignorancia y la indiferencia y siente las bases para la cultura del conocimiento y el esfuerzo. ¿Saben qué? Lo peor que podría pasar es que contestaran como en el chiste: ni lo sé, ni me importa. Pues eso. Buena semana a todos.