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¿Sólo los locos dicen la verdad? Una nueva divisa gobernará el mundo

¿Sólo los locos dicen la verdad? Una nueva divisa gobernará el mundo

@S. McCoy - 11/12/2008


Vivimos tiempos convulsos, no cabe duda. Momentos de incertidumbre provocados, paradójicamente, por la toma de conciencia colectiva de que se está escribiendo un capítulo de la Historia del que nadie quería ser protagonista. Baja revuelto el río de la información, lleno de sedimentos de malas noticias y ramas de incertidumbre. Cunde la desorientación ante la pérdida de referencias. Ausencia de confianza, pánico. Campo de cultivo idóneo para los mensajes apocalípticos. Mi correo electrónico da buena fe de ello, termómetro de las preocupaciones de todos ustedes. En octubre la mayoría de sus cuestiones iban encaminadas a conocer la seguridad jurídica de la que disfrutaban sus ahorros, una inquietud temporalmente zanjada con el aumento de la garantía estatal sobre el dinero depositado en las entidades financieras. Menos mal. No pocos sesudos profesionales pidieron consejo a este advenedizo de las finanzas sobre si era mejor el efectivo debajo del colchón o en la caja fuerte. Cualquier sitio mejor que en el banco. Hasta ese nivel de paroxismo habíamos llegado. No salía de mi asombro, la verdad. Quedé preocupadamente sorprendido de la capacidad que tiene el ser humano de empatizar en lo irracional y entendí, reflexión aparte, el poder de manipulación que muchos ejercen sobre amplias bolsas de población. Es lo que en mi pueblo se llama ganancia de pescadores.

En estos primeros días de diciembre estoy reviviendo parte de ese momento “alucinación” que padecí hace apenas un par de meses. Y, como entonces, me invade una extraña sensación de estupefacción. Qué se le va a hacer; está visto que el sentido común es cada vez más el menos común de los sentidos. Sobre una nueva reflexión legítima, la posibilidad de que el valor fiduciario del dinero caiga como consecuencia de la terrible expansión de la oferta monetaria, el abrazo al pirado de turno, palabra de dios. Cada vez que entra en mi mail el video de Hal Turner hablando sobre el amero, con toda su parafernalia de teorías conspiratorias, depósitos secretos en China y el refugio de los francos franceses, se me abren las carnes. Pero ¿alguien se ha parado en mirar en la Wikipedia la legitimidad de este tipo para pronunciar un discurso como ése? ¿Nadie se da cuenta de la chapucería de su video, ahogado parcialmente en su final por el ruido de camiones? ¿Cómo se puede dar tal predicamento a un chiflado que sólo busca hablar de su libro? ¿Tan difícil resulta ver que una moneda como la descrita no resuelve el problema de confianza al carecer de respaldo metálico? Es momento de que todos nos paremos a pensar un poquito en qué mensajes estamos comprando y a quién, no vaya a ser que acabemos tarumbas antes de tiempo. El amero, en efecto, es un proyecto de unión monetaria en el seno del Nafta. Pero de ahí a construir una película como la que se monta Turner media un abismo. Y eso que, en el fondo, este tipo puede tener un punto de verdad en lo que dice. Veamos por qué.

La política monetaria norteamericana ha entrado en lo que se llama quantitative easing. Para entender este concepto les recomiendo este corto y clarificador post de Willem Buiter en su Maverecon de Financial Times. En esencia, para el autor consistiría en un aumento del balance de la Reserva Federal generado por un incremento de la base monetaria en circulación. Sería un fenómeno complementario al qualitative easing que ya se está llevando a cabo y que supondría para Buiter un cambio en el perfil de los activos que figuran en el balance del banco central sin que implique, de partida, un crecimiento del mismo. Tal distinción no resulta tan evidente para el Wall Street Journal, que equipara a ambos en su pieza ¿Qué debe de hacer la FED?, publicada ayer. Pero más allá de las disquisiciones teóricas, el “abuso” que se ha venido realizando de ambas formas de expansión monetaria habría dejado a la FED exhausta de recursos en un momento en el que, además, el déficit comercial de los Estados Unidos sigue a niveles cercanos a los máximos y, con él, su dependencia de la financiación exterior. La situación habría llegado a un punto en el que la Reserva Federal se estaría incluso planteando incluso emitir su propia deuda y competir con el Tesoro por los recursos escasos del mercado. Un mercado, por cierto, que ya valora el riesgo de impago soberano del país en 67 puntos básicos contra los 49 de Alemania o los 59 de Francia, por abajo, y los 115 de Reino Unido o los 189 de Italia por arriba. España está en 115 tras subir un 58% en un mes.

Y llegamos de este modo al quid de la cuestión. Empieza a surgir entre los analistas independientes de los Estados Unidos la idea de si la intención de la Reserva Federal con esta propuesta no es sino preparar el terreno para el nacimiento de un nuevo dólar, siendo su definitiva independencia en la creación de dinero lo que facilitaría la transición. Cogido con pinzas probablemente. Pero fíjense: tal y como señala Buiter al  inicio de su breve comentario, el tipo de cambio puede jugar un papel esencial como herramienta de la política monetaria cuando no queda más remedio. Y una devaluación competitiva del dólar permitiría a aquella nación, más allá del shock psicológico mundial que esto provocaría, matar tres pájaros de un tiro: reducir el valor de su deuda, romper paridades artificialmente establecidas que distorsionan el comercio mundial y mejorar su posición competitiva minorando su déficit. ¿Una revolución impensable? Bueno, tómenlo como quieran. Estos van a velar, primero y principalmente, por lo suyo. Y luego por lo de los demás. Mejor tomar el toro por los cuernos antes de que no se pueda parar una embestida que parece inevitable. Cuestión de confianza.

De este modo, y como por arte de birlibirloque, llegaríamos de nuevo al famoso amero del fundamentalista Turner. La excusa de la adecuación del billete verde a una nueva divisa de carácter transfronterizo podría servir para la realizar el movimiento que hemos comentado de forma indirecta, mediante el establecimiento de un tipo de conversión artificialmente depreciado. Cualquiera deja pasar una oportunidad como ésa, ¿no creen? Gallo de otro cantar es que interese a día de hoy esa Unión Norteamericana que el carácter estadounidense haría inviable, a mi entender, en circunstancias normales. Pero recuerden cómo empezábamos nuestro recorrido dialéctico de hoy: vivimos tiempos convulsos. Y es que al final va a ser cierto eso de que sólo los locos y los borrachos dicen la verdad. O no. Debate apasionante que dejo en sus manos.

Recomendación gastronómica de los jueves. Había que ir aunque sólo fuera para contrastar la opinión vertida por El Mundo y El País en sus ediciones del pasado viernes. Pedro Espina, que fuera sushiman de Suntory y socio tanto de Tsunami como de Hanami, ha vuelto con Soy en la calle Viriato, 58. Comida de martes después de puente sin problemas para reservar pese a las alharacas colectivas y la escasez de aforo potencial. No es de extrañar, el sitio pasa completamente desapercibido. Ni una señal exterior de su existencia. Hará falta una segunda visita pero la primera deja indiferente, bien es verdad que el partenaire era poco dado a la comida japonesa. Los clásicos, como siempre, sin sorpresa alguna que llame la atención. Ni la tempura, ni el teppanyaki de pollo (no había solomillo) o el yakisoba, tallarines que llegan fríos a la mesa. Tampoco los rolls hacen suspirar. Sencillos como el bankin o el crunchy que, sin embargo, recuerdan demasiado a otras épocas. De hecho la presentación de los platos, que llegan desordenados a la mesa, es exactamente la misma que en sus restaurantes anteriores. Ni un guiño al cambio. Curioso. Mi sensación personal es de apertura precipitada, algo peligroso en los tiempos que corren. Dicho esto: volveré. De la mano de Espina descubrí la comida japonesa en su día. Y si alguien merece para mi mucho más de una oportunidad es, sin duda, él.