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La deuda pública y el elefante - Carlos Lopez




El otro día, cuando estaba preparando el artículo de Rashomon y su relación con la visión sesgada que muchas veces tenemos de la realidad, me encontré con un interesante cuento popular índio. Los Hombres Ciegos y el Elefante
Un grupo de hombres ciegos escucha que un extraño animal, llamado elefante, ha sido traido a la ciudad, pero ninguno de ellos conocía su aspecto. Llevados por la curiosidad dicen “debemos inspeccionarlo y conocerlo por el tacto, de lo que somos capaces”.
Así pues fueron en su búsqueda y cuando lo encontraron se agruparon en torno a él.
En el caso de la primera persona cuya mano alcanzó a tocar el tronco dijo “Este ser es como un tubo de desagüe”.
Para otro cuya mano alcanzó la oreja, le pareció una especie de ventilador.
Otro alcanzó a tocar la pierna y dijo “percibo que la manera del elefante es como un pilar”.
En el caso de otro cuya mano tocó su espalda dijo “efectivamente este elefante es como un trono”.
Cada uno de ellos presento el verdadero aspecto cuando relató lo que había adquirido de experimentar con el elefante. Ninguno de ellos se había desviado de la verdadera descripción del elefante y sin embargo sintieron que no acababan de percibir la verdadera apariencia del elefante.
Hoy vamos a hablar de deuda y su comparación con un elefante.

La figura diminuta del elefantito
Una persona pasa a tener problemas financieros en el momento en que pulsa el botón “transferencia” en su banco online para pagar por algo que no vale el dinero que está transfiriendo (o que pierde valor una vez comprado). Si ha transferido su propio dinero, el problema es suyo y solo suyo. Si ha transferido dinero prestado, quien le haya prestado el dinero también tendrá problemas. Aquí lo que tenemos es una figura diminuta de un elefante, nosotros la tocamos ciegamente y en función de nuestra experiencia y habilidad podremos ser capaces de conocer si se trata de un elefante, uno oso o una piedra sin valor. Lo mismo ocurre con nuestras operaciones financieras.

Una economía comienza a tener problemas financieros cuando los que disponen sobre las transferencias monetarias de la economía transfieren ese dinero para inversiones malas o a prestatarios débiles. Si los intermediarios financieros realizan una buena reasignación de las decisiones sobre los activos financieros, la economía crecerá. Si toman decisiones malas (o incluso estúpidas), las consecuencias pueden ser desastrosas para la economía.

¿Que ocurre cuando en vez de disponer de 1 hora para analizar a ciegas el elefante de la foto, dispones de sólo 1 minuto? ¿Y cuándo tienes que analizar cientos de elefantes al día?. En ese caso, la selección entre elefantes, osos y piedras sin valor se complica y dado que nos pagan por cada elefante “tendemos” a detectar más de estos últimos.

El elefante grande.
Los gobiernos probablemente sean el desafío más difícil para un análisis de riesgos: no hay hoja de balance, no hay base de ingresos proveniente de la venta de productos,  no hay ningún colateral comercializable,  no hay cuotas de mercado, a veces incluso no te puedes fiar de los datos que tienen… en realidad, un estado soberano como prestatario no es más que el deseo político del gobierno de mantener su casa en orden. Y ese deseo político puede cambiar de un gobierno a otro (o incluso dentro del mismo gobierno). Partiendo de eso, se me ocurre plantear la siguiente cuestión: ¿quién está más capacitado para prestar dinero a los gobiernos?

¿Qué sucedería si las normativas estipulasen que los gobiernos podrían acumular deuda para sus negocios ordinarios (presupuestos regulares) solamente de inversores residiendo en su propio país? Los gastos/ingresos de un gobierno por lo general son locales. ¿Por qué no debería ser también local su endeudamiento? 

El gasto gubernamental es el que activa la necesidad de impuestos. Si los gastos superan los ingresos, se da un déficit que necesita ser financiado por medio de la deuda. Dicha deuda representa nada más que “no se han cargado los impuestos suficientes” por parte de los beneficiarios actuales de los gastos del gobierno. La deuda es el instrumento que difiere dichos pagos de impuestos a los pagadores de impuestos del futuro (quizás incluso a las generaciones futuras).

Si toda la deuda del gobierno se debiese a inversores locales, tanto el prestamista como el prestatario serían, en suma, uno y el mismo. Es bastante posible que con el nivel actual de deuda soberana, pudiera ser que solamente algunos pocos países tuviesen suficiente dinero local como para financiar la deuda soberana, pero esto no se tiene que conseguir en un día. Sería suficiente con comenzar a trabajar hacia la consecución de ese objetivo.

Los gastos extraordinarios del gobierno (como las grandes infraestructuras u otras inversiones) deberían quedar exentos de esas normativas. Por lo general suelen ser de una magnitud que supera la capacidad de los mercados de capital locales de los países más pequeños. Al mismo tiempo, suelen estar orientados a un proyecto, lo cual facilita a los prestamistas extranjeros analizar el riesgo y tomar decisiones acertadas. Son inversiones y por tanto cada euro gastado volverá con intereses.

No se debería prohibir al sector privado (incluyendo los bancos) pedir prestado dinero del exterior. En primer lugar, el sector privado tiene gastos en el extranjero que justifican que pida dinero en el exterior. En Segundo lugar, los prestatarios del sector privado son más aptos para la realización de un análisis de riesgo que un gobierno, y por lo tanto, se pueden esperar decisiones más inteligentes.

El endeudamiento externo de una economía supone que el país use los ahorros de otros países. En particular en las economías de rápido desarrollo o en vías de desarrollo, esos ahorros de otros países son absolutamente necesarios para financiar el crecimiento local. El aspecto crítico es que esos ahorros de otros países se inviertan de forma inteligente y no se desperdicien tontamente. Como hemos visto  antes, cuando esos ahorros de otros países se prestan al gobierno, hay un mayor riesgo de que no se inviertan inteligentemente (o más bien, de que se desperdicien tontamente). Cuanto más dinero se preste con prudencia y se invierta con inteligencia, mejor nivel de vida podremos tener.

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La deuda pública y el elefante

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