El stress test al que están siendo sometidos 8 bancos 19 y cajas de ahorro españoles tiene un objetivo, sencillo de decir y muy complicado de alcanzar: saber cuantas entidades y cuanto tiempo sobrevivirán al actual proceso degenerativo.
El viernes 23 de julio será el día D en el que se publicarán los resultados de las pruebas de solvencia –por mal nombre stress test– que la Unión Europea ha sometido a 91 bancos y cajasde la zona euro, que representan el 65 por ciento del sistema bancario continental. España es una excepción, pues voluntariamente examinará a mas entidades que nadie: los 27 que suman los ocho bancos más grandes, del Santander a Banca March, y los 19 grupos de cajas, que de hecho suponen la práctica totalidad de las entidades nacionales.
El objetivo de esta insólita medida propuesta por el anterior presidente rotatorio de la UE, nuestro señor Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero es restablecer la confianza de los inversores mundiales, empezando por los de casa, en el sistema bancario europeo.
Aunque el debate sobre la calidad del examen y su utilidad ha estado trufado de jerga tecnico-bancaria, en el fondo, el menú del mismo es muy sencillo: como todo el mundo sabe, el negocio bancario consiste en coger dinero con una mano, prestarlo con la otra y en el trasiego quedarse con un porcentaje para cubrir los gastos propios y obtener beneficio. O sea, se trata es de examinar la capacidad de los bancos de captar dinero del mercado, de determinar la calidad de sus préstamos y, una vez vistas esas dos referencias, señalar cuales son las necesidades de fondos propios.
Empezando por el pasivo.
Es uno de los grandes problemas de las cajas y bancos españoles: no se prestan dinero unos a otros, los bancos extranjeros (que tanto dinero dejaron en los años del boom) tampoco quieren saber nada y, en fin, el único sitio de donde pueden obtener fondos es del BCE. Aunque no todos los bancos son iguales, ni mucho menos, entre las entidades españolas hay algunos zombies financieros (el viernes 23 se sabrá cuales) que ya estarían quebrados, si no hubiera sido por la ayuda del Estado y del BCE.
Segundo plato, el activo.
Cada mes que pasa los datos que ofrece el Banco de España son más preocupantes: aumenta el número de morosos, empresas y personas físicas, que no quieren o no pueden devolver a su banco el dinero que este les concedió. El último dato conocido dice que en mayode de 2010 los créditos morsos eran el 5,55 por ciento del total, cuando seis meses antes era del 4,5 por ciento y un año era del 3,3. Históricamente el momento de morosidad bancaria más alta se registró en 1993, cuando llegó al 8,5 por ciento. Los bancos y las cajas, tampoco en este punto, pueden estar tranquilos.
Acompañamiento, los créditos inmobiliarios.
Dentro de los créditos que la banca y las cajas concedieron en los tiempos del boom se encuentran los del sector inmobiliario y anejos: 445.000 millones de euros (entre el 20 y el 25 por ciento del total), cuyo último índice de morosidad es del 9,6 por ciento. Una cifra muy alta, pero todavía no alcanza el récord histórico del 13 por ciento.
Adicionalmente, una parte cada vez mas importante de los activos bancarios nacionales están en deuda pública española: 5 de cada cien euros de deuda pública viva está en carteras de bancos y cajas … Y ahí entramos en terrenos pantanosos: ¿Cuando dejará la economía española de aumentar su deuda pública, cuando crecerá para devolver? Es una pregunta crucial, no solo para la banca española, sino también del conjunto de la banca española europea, que al terminar 2009 tenían en su activo el 46 por ciento de bonos, obligaciones y letras del Tesoro en circulación, inversión que afecta, sobre todo, a la bancas alemana y francesa.
Por otro lado, el mercado dice cada día que los bonos alemanes son más seguros que los españoles: ¿en cuanto se cifrará esa inseguridad o, si se prefiere, ese mayor riesgo de la deuda pública española?.
El capital, de postre.
Problemas para conseguir dinero tanto para conceder nuevos créditos, como para devolver lo prestado en los mercados mayorista; problemas también para conseguir que te devuelvan lo prestado. Esa situación conduce a pérdidas y por eso los bancos, y cajas, necesitan capital nuevo… Que tendrá que poner el Estado (o los Estados, pues la española no es la única banca con problemas).
Cafe, copa y puro: ¿hacia donde irá esto? ?
Una vez cuantificados los problemas presentes, hay que pensar como evoluciuonará la situación económica general. En otras palabras, no es lo mismo tener un paro del 20 o del 25 por ciento de la población activa, pues en el segundo caso aumentaría la morosidad y aumentaría la desconfianza respecto de la banca española. El Gobernador Fernández Ordóñez ya lo dijo hace meses: es necesaria la reforma laboral porque una tasa de paro consistentemente alta acabará con la banca española.
Tampoco es igual que que la economía crezca el 1,5 o el 0,5 por ciento, pues en el pero escenario el Estado español vería aumentar su déficit –debido a los menores ingresos tributarios– y su deuda, al aumentar, perdería calidad: la banca europea acusaría el golpe pero ya no prestaría más dinero a ni a España ni a sus banca.
¿Quien paga la cuenta?.
Cuando el Presidente Rodríguez Zapatero convenció a sus colegas de las necesidad de transparencia bancaria, no sabía en el jardín que se metía. Desde luego que el Santander y el BBVA superaran los test sin el menor stress: en este momento tienen mucho negocios en mercados menos traumáticos que el español; el tamaño de la Caixa seguramente le dejerá por encima encima de toda sospecha. Incluso el Grupo Jupiter que encabezan Caja Madrid y Bancaja pueden salir airosos, una veza recibidos los casi cuatro mil millones de ayudas estatales… A partir de ahí todo es oscuridad. Y lo que no se sabe es cuanto dinero tiene el Estado español para encender la luz, ni cuanto debe poner.
En fin: ¿Por qué los contribuyentes deberemos pagar la factura del festín bancarioa?, ¿Por qué hay que ayudar a los bancos y a las cajas que lo han hecho tan mal? Por el interés de todos: la economía de un país no puede funcionar sin una adecuada red de distribución de petróleo, ni de una igualmente adecuada red de distribución de dinero. Sin petróleo y sin crédito no hay vida económica.