Esta entre los estadounidenses millonarios que publica la revista Forbes todos los años. El magnate inmobiliario Igor Olenicoff, afincado en Estados Unidos, fue uno de los principales clientes de UBS antes de que se viera envuelto -voluntariamente o no- en las trampas urdidas por el banquero suizo Bradley Birkenfeld, en nombre de UBS.
(Nueva York, EEUU). Igor Olenicoff, dueño de Olen Properties, la potente compañía inmobiliaria californiana que levantó a partir de un edificio de 16 dúplex a principios de la década de 1970, es hoy uno de los nombres fijos de la lista Forbes 400 de los estadounidenses más ricos (el año pasado fue el número 236), con un patrimonio neto valorado en 1.500 millones de dólares.
A principios de 2001, Olenicoff cedió buena parte del control sobre una gran cantidad de dinero a un seductor banquero del que no había oído hablar hasta unos meses antes del acuerdo, cuando le llamo por teléfono a su oficina de Newport Beach. “La persona al otro lado me dijo ‘Hola, mi nombre es Bradley Birkenfeld’”, recuerda.
Birkenfeld trabajaba por entonces con Barclays, y Olenicoff tenía 200 millones de dólares en ese banco, en su división de las Bahamas. Había empezado a mover dinero a cuentas en el extranjero, “como medida de seguridad” durante la crisis financiera de principios de la década de 1990.
Olenicoff comenta que, tras presentarse, Birkenfeld le dijo que tenía información interna sobre unos cambios en Barclays Bahamas que pondrían en peligro sus cuentas. Birkenfeld iba a viajar a California por otros negocios, y estaría encantado de poder explicarle más a Olenicoff en persona.
Cuando Birkenfeld llegó a Newport, le dijo a Olenicoff que Barclays iba a cerrar sus negocios en Bahamas, y que esa información no era todavía pública, por lo que el millonario tendría que mover su dinero de sitio. Además, también le dijo que él se iba a marchar de Barclays y fichar por UBS, y le sugirió a Olenicoff que le confiase sus cuentas en su nuevo banco.
Olenicoff y su hijo, Andrei, volaron al poco tiempo a Ginebra para escuchar más. Se dirigieron a unas oficinas con amplias medidas de seguridad pero muy discretas, tan solo identificadas por una pequeña placa con el nombre del banco. Un guardia registró sus maletines, tecleó un código en un ascensor y les escoltó al interior.
Birkenfeld les dejó con un banquero sénior de UBS que les llevó a ver por encima la caja fuerte subterránea de la entidad. Olenicoff acordó después abrir una cuenta por 200 millones de dólares (155 millones de euros), con el dinero que tenía “como ahorro para la familia”.
Birkenfeld se convirtió en el ejecutivo de cuentas de Olenicoff. Los banqueros internacionales de UBS hacían sus negocios en persona, reduciendo al mínimo la correspondencia para no dejar pistas, por lo que Birkenfeld viajaba con regularidad a EEUU.
Olenicoff dice que eventualmente le dio a los banqueros y brókers de UBS el control total sobre sus cuentas de dinero y valores, entendiéndose que el dinero se invertiría a nombre de fondos corporativos en el extranjero, y no en el suyo propio. Crearon varias “estructuras” en Liechtenstein y Dinamarca al efecto. Olenicoff asegura que le dijeron que el dinero de esas cuentas no tendría que pagar impuestos hasta que lo ingresara en EEUU.
Un poco de relajación fiscal le supondría un gran alivio. A principios de 1994 y en los años siguientes, el IRS (la agencia tributaria de EEUU) había auditado sin cesar a Olen Properties, insistiendo en determinado momento que la compañía había ocultado 330 millones de dólares en un sólo año y que les debía 148 millones de dólares en impuestos atrasados.
En una entrevista concedida a GlobalPost, Olenicoff asegura que nunca había tenido problemas con el IRS en los 25 años de existencia de su compañía, pero que el IRS había empezado a hacer las auditorías basándose en acusaciones hechas por un antiguo empleado. Al final, el Gobierno llegó a un acuerdo con Olen para que pagase 272.024 dólares (210.871 euros). Pero para el IRS el caso no había terminado.
Hacia las 6 de la mañana de un día de finales de mayo de 2005, más de 30 investigadores del IRS irrumpieron simultáneamente en la casa de Igor Olenicoff, en la de su hijo y en las oficinas de Olen Properties. Los agentes se lo llevaron todo: ordenadores, correspondencia, correos electrónicos, extractos bancarios y una caja fuerte con documentos relacionados a sus cuentas en el extranjero.
Según Olenicoff, en todos los documentos aparecía el nombre de su ejecutivo de cuentas en UBS, Bradley Birkenfeld. “Bradley había insistido en que destruyese los documentos, pero no lo hice”. También había correos electrónicos cruzados entre Birkenfeld y otros empleados de UBS, y el millonario y a su hijo.
Poco después de enterarse de lo que había pasado, Birkenfeld viajo desde Suiza a California con uno de sus jefes en UBS para almorzar con Olenicoff. “Se mostraron preocupados por mí”, recuerda el empresario, que ahora desprecia abiertamente a su antiguo banquero.
“Bradley quiere que nos creamos que de repente encontró la luz y que se convirtió en un chivato. Pero la verdad es que me engañó”, denuncia el promotor inmobiliario, que insiste en que tanto Birkenfeld como otros empleados de UBS siempre le habían dicho que sus servicios eran legales.
Olenicoff se negó a cooperar con la fiscalía después de la redada, y sus abogados tuvieron que lidiar con el Gobierno de EEUU durante más de dos años. En diciembre de 2007 se declaró culpable de no declarar sus cuentas bancarias en el extranjero, y aceptó pagar 52 millones de dólares (40,3 millones de euros) en impuestos atrasados. Se enfrentaba a una condena de tres años de cárcel, pero no tuvo que servir ni un día.
Finalmente Olenicoff comenzó a cooperar voluntariamente con los abogados del Departamento de Justicia de EEUU. Tenían muchas preguntas que hacerle sobre un ex alto ejecutivo de cuentas de UBS llamado Bradley Birkenfeld.
A principios de 2001, Olenicoff cedió buena parte del control sobre una gran cantidad de dinero a un seductor banquero del que no había oído hablar hasta unos meses antes del acuerdo, cuando le llamo por teléfono a su oficina de Newport Beach. “La persona al otro lado me dijo ‘Hola, mi nombre es Bradley Birkenfeld’”, recuerda.
Birkenfeld trabajaba por entonces con Barclays, y Olenicoff tenía 200 millones de dólares en ese banco, en su división de las Bahamas. Había empezado a mover dinero a cuentas en el extranjero, “como medida de seguridad” durante la crisis financiera de principios de la década de 1990.
Olenicoff comenta que, tras presentarse, Birkenfeld le dijo que tenía información interna sobre unos cambios en Barclays Bahamas que pondrían en peligro sus cuentas. Birkenfeld iba a viajar a California por otros negocios, y estaría encantado de poder explicarle más a Olenicoff en persona.
Cuando Birkenfeld llegó a Newport, le dijo a Olenicoff que Barclays iba a cerrar sus negocios en Bahamas, y que esa información no era todavía pública, por lo que el millonario tendría que mover su dinero de sitio. Además, también le dijo que él se iba a marchar de Barclays y fichar por UBS, y le sugirió a Olenicoff que le confiase sus cuentas en su nuevo banco.
Olenicoff y su hijo, Andrei, volaron al poco tiempo a Ginebra para escuchar más. Se dirigieron a unas oficinas con amplias medidas de seguridad pero muy discretas, tan solo identificadas por una pequeña placa con el nombre del banco. Un guardia registró sus maletines, tecleó un código en un ascensor y les escoltó al interior.
Birkenfeld les dejó con un banquero sénior de UBS que les llevó a ver por encima la caja fuerte subterránea de la entidad. Olenicoff acordó después abrir una cuenta por 200 millones de dólares (155 millones de euros), con el dinero que tenía “como ahorro para la familia”.
Birkenfeld se convirtió en el ejecutivo de cuentas de Olenicoff. Los banqueros internacionales de UBS hacían sus negocios en persona, reduciendo al mínimo la correspondencia para no dejar pistas, por lo que Birkenfeld viajaba con regularidad a EEUU.
Olenicoff dice que eventualmente le dio a los banqueros y brókers de UBS el control total sobre sus cuentas de dinero y valores, entendiéndose que el dinero se invertiría a nombre de fondos corporativos en el extranjero, y no en el suyo propio. Crearon varias “estructuras” en Liechtenstein y Dinamarca al efecto. Olenicoff asegura que le dijeron que el dinero de esas cuentas no tendría que pagar impuestos hasta que lo ingresara en EEUU.
Un poco de relajación fiscal le supondría un gran alivio. A principios de 1994 y en los años siguientes, el IRS (la agencia tributaria de EEUU) había auditado sin cesar a Olen Properties, insistiendo en determinado momento que la compañía había ocultado 330 millones de dólares en un sólo año y que les debía 148 millones de dólares en impuestos atrasados.
En una entrevista concedida a GlobalPost, Olenicoff asegura que nunca había tenido problemas con el IRS en los 25 años de existencia de su compañía, pero que el IRS había empezado a hacer las auditorías basándose en acusaciones hechas por un antiguo empleado. Al final, el Gobierno llegó a un acuerdo con Olen para que pagase 272.024 dólares (210.871 euros). Pero para el IRS el caso no había terminado.
Hacia las 6 de la mañana de un día de finales de mayo de 2005, más de 30 investigadores del IRS irrumpieron simultáneamente en la casa de Igor Olenicoff, en la de su hijo y en las oficinas de Olen Properties. Los agentes se lo llevaron todo: ordenadores, correspondencia, correos electrónicos, extractos bancarios y una caja fuerte con documentos relacionados a sus cuentas en el extranjero.
Según Olenicoff, en todos los documentos aparecía el nombre de su ejecutivo de cuentas en UBS, Bradley Birkenfeld. “Bradley había insistido en que destruyese los documentos, pero no lo hice”. También había correos electrónicos cruzados entre Birkenfeld y otros empleados de UBS, y el millonario y a su hijo.
Poco después de enterarse de lo que había pasado, Birkenfeld viajo desde Suiza a California con uno de sus jefes en UBS para almorzar con Olenicoff. “Se mostraron preocupados por mí”, recuerda el empresario, que ahora desprecia abiertamente a su antiguo banquero.
“Bradley quiere que nos creamos que de repente encontró la luz y que se convirtió en un chivato. Pero la verdad es que me engañó”, denuncia el promotor inmobiliario, que insiste en que tanto Birkenfeld como otros empleados de UBS siempre le habían dicho que sus servicios eran legales.
Olenicoff se negó a cooperar con la fiscalía después de la redada, y sus abogados tuvieron que lidiar con el Gobierno de EEUU durante más de dos años. En diciembre de 2007 se declaró culpable de no declarar sus cuentas bancarias en el extranjero, y aceptó pagar 52 millones de dólares (40,3 millones de euros) en impuestos atrasados. Se enfrentaba a una condena de tres años de cárcel, pero no tuvo que servir ni un día.
Finalmente Olenicoff comenzó a cooperar voluntariamente con los abogados del Departamento de Justicia de EEUU. Tenían muchas preguntas que hacerle sobre un ex alto ejecutivo de cuentas de UBS llamado Bradley Birkenfeld.
Secretos de la banca suiza al descubierto: las actividades prohibidas de UBS
El 5 de octubre de 2005 el alto ejecutivo de la banca internacional Bradley Birkenfeld renunció a su deslumbrante puesto en la sede en Ginebra de la principal entidad bancaria de Suiza, UBS. El único motivo, asegura, fue que cayó en sus manos un documento interno que revelaba un plan detallado del banco para desprenderse de él si se parase la música en el dudoso baile de 20.000 millones de dólares de UBS con ricos norteamericanos.
(Nueva York, EEUU). El documento era un borrador interno del departamento legal deUBS que catalogaba como ilegales cierto tipo de actividades internacionales del banco en EEUU, a donde Birkenfeld y otros banqueros privados de la división de gestión de patrimonio viajaban con regularidad para captar clientes ricos.
El problema es que esa lista de actividades prohibidas por UBS contradecía los términos básicos del puesto laboral de Birkenfeld. El documento decía que los empleados no podían entablar negocios por temas relacionados con valores; no podían ofrecer la apertura de una cuenta o llamar sin cita previa para ofrecer servicios, y tampoco contactar a clientes en EEUU por teléfono, correo, e-mail, publicidad, internet o visitas personales.
Cuando Birkenfeld fue a ver a su jefe y pidió una explicación, éste le quitó importancia y el estadounidense se sintió molesto. Birkenfeld siguió tocando el tema en una serie de correos electrónicos dirigidos a Peter Kurer, el presidente de UBS, así como a otros altos ejecutivos.
Según una cronología de los eventos armada años después por los fiscales del Departamento de Justicia de EEUU (DOJ), Birkenfeld quizás aprovechó ese documento para fabricar su propia coartada. Tal y como demuestran unos documentos, UBS resolvió fuera de los tribunales el finiquito de Birkenfeld y una disputa que tenían por el pago de un bono. Finalmente, el alto ejecutivo recibió tras el acuerdo 575.000 francos suizos.
Pero Birkenfeld también había logrado un buen puñado de documentos internos dañinos para UBS, y voló con ellos a Washington, donde se reunió en secreto con fiscales del DOJ.
¿Qué le esperaba en EE UU? Potencialmente, un montón de dinero mucho mayor que los 575.000 francos suizos que logró de UBS.
La ley estadounidense reconoció en 1867 el poder excepcional de los informadores para exponer grandes fraudes, cuando el Congreso autorizó al Secretario del Tesoro a pagar recompensas a cualquiera con información susceptible de ser utilizada judicialmente contra “personas culpables de violar las leyes fiscales internas” o de confabular para ello.
En diciembre de 2006 el Congreso de EE UU y el presidente George W. Bush aumentaron aún más los incentivos a los chivatos, creando una oficina central de informadores en el IRS (la agencia tributaria), como parte de la ley del Tax Relief and Health Care Act.
Con la nueva ley, cualquiera que de un soplo documentado puede cobrar entre el 15 y el 30 por ciento de cualquier suma que recupere el fisco gracias a su información. Si se tiene en cuenta que el Tesoro de EE UU pierde hasta 100.000 millones de dólares al año por evasión de impuestos de sus ciudadanos en el extranjero, entre el 15 y el 30 por ciento de un gran caso de fraude puede significar una enorme cantidad de dinero. Además, la participación del chivato en el fraude ya no es un impedimento para recibir una recompensa, algo que sí era un obstáculo con la legislación anterior.
En resumen, la nueva Whistleblower Office del IRS está diseñada para atraer a los Bradley Birkenfelds que hay por el mundo.
No está claro si el departamento fiscal del DOJ recibió la información correcta. En la primavera de 2007, tres meses después de que Bush firmase la nueva ley y justo antes de la primera reunión de Birkenfeld con los fiscales, sus abogados en Washington pidieron garantías al Gobierno de que su cliente recibiría protección a cambio de su información.
En lugar de eso, el abogado jefe del área fiscal del DOJ, Kevin Downing, y su colega, Karen Kelly, intercambiaron una serie de e-mails en un tono sorprendentemente peyorativo con el que entonces era el abogado del banquero, David Dickieson. Kelly: “Deberías saber que basándonos en la información que has aportado hasta la fecha, consideramos a tu cliente un soplón, no un informador”.
Era una advertencia clara, aseguran abogados familiarizados con el modo en que Downing maneja sus casos. Los fiscales decían que no se hablaría de inmunidad total hasta que Birkenfeld mostrase todas sus cartas.
Y Birkenfeld se la jugó, mostrando a Downing, Kelly y un agente especial del IRS una pila de documentos de UBS a lo largo de tres sesiones maratonianas en la sede del DOJ en Washington, en junio de 2007. La fotografía que se logró componer fue la de una división dentro de uno de los mayores bancos del mundo que no solo incumplía abiertamente las leyes de EE UU, sino que además cubría su rastro.
Birkenfeld quería ayudar a los fiscales a pillar a sus ex jefes con las manos en la masa. Para ello facilitó una lista de teléfonos y direcciones de e-mail de los banqueros internacionales y altos directivos de UBS en Ginebra que viajaban a EEUU como parte de ese supuesto fraude. Conocer sus desplazamientos a EEUU y los clientes con los que se reunían era cuestión de unas cuantos pinchazos telefónicos, sugirió Birkenfeld.
Su abogado pidió urgentemente inmunidad ante una posible acusación futura contra Birkenfeld, pero el Gobierno de repente cambió las reglas del juego. La información interna que estaba aportando el banquero sobre el fraude tenía un valor incalculable, pero Downing quería aún más: los nombres de todos los clientes de Birkenfeld.
Sin embargo, había algunos secretos que el banquero estadounidense no estaba dispuesto a revelar, y fue entonces cuando se le empezó a derrumbar todo.
El problema es que esa lista de actividades prohibidas por UBS contradecía los términos básicos del puesto laboral de Birkenfeld. El documento decía que los empleados no podían entablar negocios por temas relacionados con valores; no podían ofrecer la apertura de una cuenta o llamar sin cita previa para ofrecer servicios, y tampoco contactar a clientes en EEUU por teléfono, correo, e-mail, publicidad, internet o visitas personales.
Cuando Birkenfeld fue a ver a su jefe y pidió una explicación, éste le quitó importancia y el estadounidense se sintió molesto. Birkenfeld siguió tocando el tema en una serie de correos electrónicos dirigidos a Peter Kurer, el presidente de UBS, así como a otros altos ejecutivos.
Según una cronología de los eventos armada años después por los fiscales del Departamento de Justicia de EEUU (DOJ), Birkenfeld quizás aprovechó ese documento para fabricar su propia coartada. Tal y como demuestran unos documentos, UBS resolvió fuera de los tribunales el finiquito de Birkenfeld y una disputa que tenían por el pago de un bono. Finalmente, el alto ejecutivo recibió tras el acuerdo 575.000 francos suizos.
Pero Birkenfeld también había logrado un buen puñado de documentos internos dañinos para UBS, y voló con ellos a Washington, donde se reunió en secreto con fiscales del DOJ.
¿Qué le esperaba en EE UU? Potencialmente, un montón de dinero mucho mayor que los 575.000 francos suizos que logró de UBS.
La ley estadounidense reconoció en 1867 el poder excepcional de los informadores para exponer grandes fraudes, cuando el Congreso autorizó al Secretario del Tesoro a pagar recompensas a cualquiera con información susceptible de ser utilizada judicialmente contra “personas culpables de violar las leyes fiscales internas” o de confabular para ello.
En diciembre de 2006 el Congreso de EE UU y el presidente George W. Bush aumentaron aún más los incentivos a los chivatos, creando una oficina central de informadores en el IRS (la agencia tributaria), como parte de la ley del Tax Relief and Health Care Act.
Con la nueva ley, cualquiera que de un soplo documentado puede cobrar entre el 15 y el 30 por ciento de cualquier suma que recupere el fisco gracias a su información. Si se tiene en cuenta que el Tesoro de EE UU pierde hasta 100.000 millones de dólares al año por evasión de impuestos de sus ciudadanos en el extranjero, entre el 15 y el 30 por ciento de un gran caso de fraude puede significar una enorme cantidad de dinero. Además, la participación del chivato en el fraude ya no es un impedimento para recibir una recompensa, algo que sí era un obstáculo con la legislación anterior.
En resumen, la nueva Whistleblower Office del IRS está diseñada para atraer a los Bradley Birkenfelds que hay por el mundo.
No está claro si el departamento fiscal del DOJ recibió la información correcta. En la primavera de 2007, tres meses después de que Bush firmase la nueva ley y justo antes de la primera reunión de Birkenfeld con los fiscales, sus abogados en Washington pidieron garantías al Gobierno de que su cliente recibiría protección a cambio de su información.
En lugar de eso, el abogado jefe del área fiscal del DOJ, Kevin Downing, y su colega, Karen Kelly, intercambiaron una serie de e-mails en un tono sorprendentemente peyorativo con el que entonces era el abogado del banquero, David Dickieson. Kelly: “Deberías saber que basándonos en la información que has aportado hasta la fecha, consideramos a tu cliente un soplón, no un informador”.
Era una advertencia clara, aseguran abogados familiarizados con el modo en que Downing maneja sus casos. Los fiscales decían que no se hablaría de inmunidad total hasta que Birkenfeld mostrase todas sus cartas.
Y Birkenfeld se la jugó, mostrando a Downing, Kelly y un agente especial del IRS una pila de documentos de UBS a lo largo de tres sesiones maratonianas en la sede del DOJ en Washington, en junio de 2007. La fotografía que se logró componer fue la de una división dentro de uno de los mayores bancos del mundo que no solo incumplía abiertamente las leyes de EE UU, sino que además cubría su rastro.
Birkenfeld quería ayudar a los fiscales a pillar a sus ex jefes con las manos en la masa. Para ello facilitó una lista de teléfonos y direcciones de e-mail de los banqueros internacionales y altos directivos de UBS en Ginebra que viajaban a EEUU como parte de ese supuesto fraude. Conocer sus desplazamientos a EEUU y los clientes con los que se reunían era cuestión de unas cuantos pinchazos telefónicos, sugirió Birkenfeld.
Su abogado pidió urgentemente inmunidad ante una posible acusación futura contra Birkenfeld, pero el Gobierno de repente cambió las reglas del juego. La información interna que estaba aportando el banquero sobre el fraude tenía un valor incalculable, pero Downing quería aún más: los nombres de todos los clientes de Birkenfeld.
Sin embargo, había algunos secretos que el banquero estadounidense no estaba dispuesto a revelar, y fue entonces cuando se le empezó a derrumbar todo.