Siete años de sufrimiento por delante
@S. McCoy - 28/05/2009
Hoy le cedo mi espacio diario a uno de esos inversores a los que merece la pena poner en la pantalla del radar, dada la solidez de su trayectoria y lo generalmente acertado de sus predicciones. Un británico, afincado en los Estados Unidos, que goza de enorme predicamento en la industria de los mercados de aquél país y que podríamos encuadrar dentro de esa categoría de cenizos seculares a los que pertenecen otros renombrados analistas, como Montier, Roubini o Shiller, en numerosas ocasiones citados en este Valor Añadido.
Se trata de Jeremy Grantham y, en la última carta a sus clientes, de este mismo mes, encuentro una de las mejores y más fundadas descripciones del escenario que se puede materializar en años venideros. Una perla de sensatez, sencillamente argumentada, que creo puede ayudarles a formarse su propio criterio toda vez que vuelve sobre obviedades que el discurso subjetivo de los brotes verdes, y su reflejo en el día a día objetivo de las bolsas, se encarga de difuminar.
Aunque el mensaje principal pueda parecer de desesperanza, al menos en el plano temporal, no se olviden nunca que lo importante no es lo rápido que uno sale del hospital cuando ha estado ingresado sino las condiciones en las que le dan el alta. Importa menos el plazo para la corrección de los desequilibrios y mucho que los desequilibrios se corrijan. Si las prisas son generalmente malas consejeras, cuánto más cuando es nuestro futuro el que está en juego.
Como siempre ocurre en estos casos, aunque el texto está referido fundamentalmente a su ámbito geográfico de influencia, los Estados Unidos, las conclusiones son fácilmente extrapolables al conjunto de la economía mundial. Dado que el post es un pelín largo, lo que impedirá que haya Ya es jueves hoy, no le robo ni una palabra más. Espero la claridad que siempre emana de sus comentarios.
“Probablemente, el lastre principal que la economía tendrá en los próximos años sea la pérdida de riqueza de unos ciudadanos que han visto como de pico a suelo han perdido más de 20 billones de dólares de su patrimonio inmobiliario y financiero. Un fenómeno que por sí solo va a originar un cambio en el modo de vida de cientos de millones de personas. No sólo no somos tan ricos como pensábamos sino que nuestros ahorros y nuestras pensiones son insuficientes. La toma de conciencia de esta realidad determinará un tránsito hacia la austeridad. Ahorraremos más, gastaremos menos, aprovecharemos mejor los recursos.
La caída en el valor de los bienes lleva aparejada un problema colateral: la deuda. Los 50 billones de riqueza de la que antes disfrutábamos respaldaban alrededor de 25 billones de financiación ajena. Ahora que la salud financiera de los ciudadanos se ha contraído hasta los 30 billones de dólares, y la prudencia crediticia se impone, una proporción razonable exigiría que el apalancamiento se redujera igualmente a la mitad. Una contracción necesaria de la deuda que no afecta tanto al comportamiento del consumidor, que también, como a la comunidad financiera. Necesitaremos varios años de crecimiento económico que irán exclusivamente encaminados al repago de la deuda. Igualmente será imprescindible una inflación controlada que disminuya su valor en términos reales, así como entre 4 y 6 billones de impagos para reducir la deuda al 50% del valor del colateral.
Junto a la ralentización del consumo y el proceso de desapalancamiento se tendrá que corregir el desequilibrio financiero entre aquellas naciones que consumen por encima de sus posibilidades, como Estados Unidos, Inglaterra o la propia España, y esas otras eminentemente productoras y exportadoras como China, Alemania y Japón. La dimensión del problema, tanto externa como internamente, dada la orientación de los respectivos modelos productivos hacia cada uno de los roles respectivos, no auguran una solución rápida. Costará lograr que los americanos ahorren de nuevo; será aún más difícil convencer a los chinos, alemanes o japoneses, de que no ahorren tanto, especialmente cuando en alguna de estas sociedades el estado del bienestar es aún una quimera.
Un proceso que provocará importantes ajustes, como la severa contracción de unos márgenes empresariales que ya no se beneficiarán del crecimiento infinito del valor de los activos y de un crédito que en 25 años ha pasado de ser 1,25 veces el PIB estadounidense a 3,1. Nos encaminamos a un mundo de crecimientos del PIB del 2% en términos reales, lejos del 3,5% al que aspirábamos en las últimas tres décadas. Y hacia PERes bajos en contraposición de los altos múltiplos recientes. Tres factores, PIB, márgenes y valoración que impedirán que volvamos a ver nuevos máximos bursátiles, ajustados a la inflación, antes de que muchos de ustedes, mis lectores, sean abuelos.
Queda, por último, la cuestión de la confianza. Hemos perdido la confianza en la calidad de nuestro liderazgo económico y financiero, en la eficiencia de nuestras instituciones y quizás, incluso, en la efectividad del capitalismo en sí mismo. No faltan motivos para ello. Esta falta de confianza incidirá en el ánimo de todos los agentes del sistema, lo cual no significa que no hayamos visto los mínimos del mercado, circunstancia a la que atribuyo una probabilidad del 50%. Quiere decir que nos espera un periodo largo y aburrido, ¿siete años como en la profecía de José al Faraón?, en el que será más difícil hacer dinero y primará la seguridad tanto del capital como de las rentas. Nada parecido al rally que en la actualidad viven los mercados.
Viviremos no una V, una W, la U ó una L, sino una VL de Very Long Recovery (muy larga recuperación) donde los estímulos fiscales generarán, primero, una mejora rápida y superficial de la coyuntura a la que sucederá una nueva recaída y un periodo de crecimiento económico por debajo de potencial hasta que los problemas subyacentes se resuelvan”.