(Corresponsal en Berlín)
“Soy un ciudadano de Berlín”. JFK llevaba apenas unas horas en Berlín Oeste cuando se declaró berlinés. Al otro lado del muro, un hombrecillo verde, con un impecable sombrero ya pasado de moda, cruzaba airoso las calles del Berlín Este, por aquel entonces apenas habitadas por tranvías llenos de proletarios.
45 años después el Ampelmann se ha ganado a golpe de paseo el ser uno de los símbolos de esta ciudad, y probablemente, la herencia más perdurable de la extinta DDR.
El perfil apresurado parece sugerir que él nunca tuvo intención de saltar el Muro, seguramente se conformaba con mirarlo de reojo, como imagino que miraban la mayor parte de los habitantes del Berlín de hace unas décadas, una gran mayoría espías profesionales o vocacionales.
Y ahora que ya no hay muro, el Ampelmann refleja como nadie el espíritu de esta ciudad donde no te sientes extranjero cruzando semáforos. Porque Berlín es eso: un poblachón prusiano abierto por los cuatro costados, donde sopla el viento del Oeste y se camina de espaldas al Este. Pero el Este también existe y ahora tiene más nombres: desde la Desembocadura del Danubio, hasta los Alpes, pasando por el Rin, el Elba y el Mar Báltico. Para uno que ha nacido cerca del límite del Oeste todo es Este.
Y Berlín es la única ciudad que ha sido, y sigue siendo, las dos cosas y donde cualquiera, al poco de llegar puede decir eso de “Ich bin ein Berliner”.