¡Estímulos!, ¡Necesitamos estímulos económicos!. Cualquier tertuliano sabelotodo y cualquier bloguero despistado, dejados a su propia inercia, acaban concluyendo que eso del ajuste económico es necesario, pero que simultáneamente hacen falta estímulos del Estado para que la economía no se pare.
Por pedir que no quede: peras al olmo, círculos cuadrados o estímulos económicos en una economía que lleva años viviendo de prestado. Hasta los pide Alfredo Pérez Rubalcaba, con olvido doloso de que el Gobierno de Rodríguez Zapatero agravó la crisis española precisamente por los estímulos económicos y fiscales de 2008 (devolución de 400 euros al contribuyente, Plan E para chapuzas municipales, supresión del impuesto sobre el patrimonio, etc.).
Keynes no ha funcionado
La teoría de los estímulos, que recetó Keynes para salir de la Gran Depresión, tiene básicamente tres etapas: a) cuando llega la crisis, el Estado inyecta dinero en la economía para que esta se recupere, aunque para ello incurra en déficit; b) una vez que la economía vuelve a crecer, el Estado recupera el dinero que inyectó vía los mayores impuestos que genera la mayor actividad económica; c) con la economía creciendo y el Estado en equilibrio financiero solo queda esperar la ocasión de aplicar la fórmula.
La trampa de esa teoría es que en muchas ocasiones –como la presente— el dinero público inyectado no estimula la actividad económica, con lo que en al final de la operación, el Estado acaba arruinado y la economía bajando.
Comprendo que quien pide estímulos lo hace con la buena intención de evitarnos los malos tragos que nos esperan, pero con buenas intenciones no se cura la enfermedad. Para estimular, primero es necesario estabilizar.