¿Cómo le explico yo a los contribuyentes alemanes que hay que perdonarle la deuda a Grecia?, se preguntaba esta semana el Vicecanciller (SPD) Sigmar Gabriel.
Tiene razón, difícil asunto. Pero se puede intentar.
De entrada, Gabriel podría decirles a los contribuyentes alemanes:
-“Mis queridos compatriotas: buena parte del dinero que tenemos en nuestras flamantes cuentas bancarias, por las que no recibimos intereses, no debía estar ahí, sino invertidas en la economía. Nuestras carreteras se llenan de baches, nuestros ferrocarriles no son precisamente ejemplares, nuestros transportes públicos a veces son vergonzosos, nuestros colegios, universidades, escuelas, se han quedado en los años 90: el mundo digital no se ve por ningún lado, como tampoco se ve en los hogares que tienen unos servicios de internet vergonzosos para un país que pretende ser líder mundial en investigación y desarrollo.
Por otra parte, lieber Deutscher, buena parte de ese dinero no debimos acumularlo nunca porque ha venido todo del extranjero, de países que son más pobres que nosotros y que no tienen más remedio que comprar lo que nosotros producimos porque ellos no pueden producirlo.
Sí, es cierto que nadie les obliga a comprar nuestras máquinas. Pero determinadas necesidades se las hemos creado nosotros. Por ejemplo, la pertenencia a la Otan obliga a comprar submarinos a los griegos (que no podían pagar) y que a nosotros nos venía muy bien para mantener a Turquía a una cómoda distancia.
Durante una década les animamos con entusiasmo a gastar dinero en autovías, AVE, aeropuertos, polideportivos. Todo lo que nuestros bancos almacenaban y no querían invertir aquí se lo prestamos a los del Sur para que planificaran obras a las que nosotros vendíamos después excavadoras, grúas, hormigoneras…, para hacer carreteras por las que luego pasarían nuestros BMW, Mercedes, Audis, ferrocarriles por los que pasarían nuestras locomotoras Siemens, urbanizaciones que íbamos a llenar con nuestros frigoríficos, lavadoras, aspiradoras…
Les dábamos créditos para comprar casas y les animamos a ampliar la cantidad para incluir el todoterreno. Es cierto que ese trabajo de campo lo hacían los bancos de esos países, pero nosotros estábamos al final de esa cuerda, porque esos bancos tenían dinero fácil porque nosotros se lo proporcionábamos.
Gracias a esa jugada, nosotros exportábamos todo lo exportable al precio que nosotros queríamos. A cambio, gracias a nuestro poder, podemos permitirnos unas naranjas estupendas a precio ridículo. Ellos no tienen capacidad de imponer precios. Nosotros, sí.
Y luego vino la crisis. Y les echamos la culpa de todo. Equiparamos deudas con culpa (Schulden=Schuld) “Die Schulden von Schuld kommen”. Les acusamos de vagos y malgastadores, cuando en realidad trabajan más que nosotros, de querer vivir como alemanes cuando sólo son unos pobres sureños que deberían desplazarse en burro.
Y, en contra del más elemental sentido común, cuando todo estalló, les obligamos a tragarse una medicina que fue peor que la enfermedad.
Nuestro diagnóstico fue correcto: estos sureños estaban demasiado obesos. Pero nuestra medicina, una dieta de caballo en el peor momento, casi los mata, por no decir que los mató.
Cuando las empresas empezaban a cerrar porque la gente ya no compraba, les obligamos a despedir a decenas de miles de empleados públicos y funcionarios. Creamos pánico y los efectos del catarro se convirtieron en una neumonía mortal.
Cuando un médico es responsable de un tratamiento falso, tiene que responder e indemnizar al paciente.”
Llegado a este punto, una vez que tenga el pódium del mitin lleno de tomates arrojados por los indignados alemanes, Gabriel –o Merkel, tanto da- podría añadir.
Pero tranquilos, lieber Bürgerinnen und Bürger, que no estamos solos. Aunque nuestra fue la decisión de administrar esa medicina, en contra de la postura de la mayoría de los países y gobiernos de la UE, al final todos firmaron y prestaron dinero a los griegos.
Así que, si hay que perdonar la deuda a los griegos, no sólo pagaremos nosotros, sino también los contribuyentes españoles, portugueses, irlandeses…, que sufrieron también la misma medicina de caballo en el peor momento pero han demostrado tener un aguante sorprendente.
Y, sobre todo, tranquilos, porque, si cuando un médico tiene que responder por un falso tratamiento hay tribunales, para esto no hay ningún tribunal. De momento, el único tribunal vigente es la Troika y ahí nosotros somos juez y parte.